Ernst Nolte y su revisión del fascismo (I)

El gran historiador alemán Ernst Nolte falleció en Berlín el 18 de agosto de este año. Autor de una extensa bibliografía sobre el siglo XX cabe destacar sus obras sobre Nietzsche, Heidegger, la guerra civil europea, el fascismo y el comunismo. Su tesis según la cual el nacionalsocialismo surgió como un fenómeno de reacción defensiva contra el comunismo, provocó la famosa «Historikerstreit» (disputa de los historiadores), especialmente por la respuesta de Jürgen Habermas. Pedro Carlos González Cuevas explica los aspectos destacables y también criticables de su obra, pero subrayando que Nolte nos enseño a interpretar la turbulencia del siglo pasado sin complejos ni condicionamientos. Nolte fue, ante todo, un revisionista histórico, no un negacionista. Próximamente publicaremos la segunda y última parte de este ensayo.

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 Introducción
 
El revisionismo, como concepto, surgió en Alemania en la segunda mitad del siglo XIX, poco después de la formulación del socialismo marxista, como intento de modificar y moderar algunos de los puntos esenciales de su proyecto político. El primer teórico que reivindicó como necesaria la autocrítica marxista fue Eduard Bernstein; de ahí que el término se empleara regularmente como sinónimo de socialdemocracia. El término fue utilizado despectivamente por los marxistas revolucionarios que homologaban la “revisión” con la traición  a la ortodoxia y la capitulación ante la burguesía (1).
 
Este concepto ha pasado luego a ser un término de aplicación general  como hábito de cuestionar doctrinas, teorías, leyes e interpretaciones comúnmente aceptadas como verdaderas o ciertas. En ese sentido, el revisionismo resulta inherente a la investigación histórica. Como señala François Furet, el saber histórico “procede por constantes de interpretaciones anteriores” (2). En el mismo sentido se expresa Ernst Nolte: “¡que sería la ciencia si no estuviera obligada sin cesar a volver a ejercer su crítica sobre la base del trabajo profundo, precisamente contra graves errores científicos, y a descubrir en los mismos errores otros núcleos de verdad!” (3). Renzo de Felice se muestra igualmente contundente: “Por naturaleza, el historiador sólo puede ser revisionista, dado que su trabajo parte de lo que ha sido recogido por sus predecesores y tiende a profundizar, corregir y aclarar su reconstrucción de los hechos” (4). 
 
Los periodistas y, en general, los políticos  suelen confundir revisionismo con lo que otros han denominado acertadamente “negacionismo” (5), tendencia que tuvo y tiene como principales representantes a Maurice Bardèche, Paul Rassinier, Wilhelm Stäglich, Henri Rockel y, sobre todo, a Robert Faurisson. Nada de esto tiene que ver con lo que aquí entendemos por revisionismo histórico europeo. Su aparición y difusión viene dada por la crítica, desde distintas perspectivas metodológicas, al paradigma histórico elaborado por los historiadores marxistas, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, sobre el carácter y el significado de la edad contemporánea europea, centrada en dos temas íntimamente ligados para la historiografía marxista. Uno de ellos era la Revolución francesa de 1789, que, desde su perspectiva, suscitaba la sociedad capitalista y suponía, no sólo el orto de la era contemporánea, sino el necesario antecedente de la Revolución socialista de 1917; el otro era el fascismo, definido como la antítesis del socialismo y, en consecuencia, como arquetipo de la contrarrevolución burguesa y capitalista. Esta interpretación de la época contemporánea, muy influyente y extendida entre la opinión pública europea, entró en crisis, a partir de los años sesenta y setenta del pasado siglo, gracias a la labor historiográfica de los llamados historiadores revisionistas, entre los que hay que destacar a Ernst Nolte, Renzo de Felice, George L. Mosse y François Furet (7). Sus críticas fueron capaces de poner de manifiesto hasta qué punto la interpretación marxista de la época contemporánea resultaba poco válida y convincente no sólo a la hora de dar una visión plausible de la vida moderna, para prever el futuro o cultivar proyectos políticos de envergadura, sino para ofrecer una comprensión enriquecedora del pasado.
 
1. Una interpretación del fascismo
 
A diferencia de Mosse, De Felice o Furet, Ernst Nolte no procedía de la izquierda; sus orígenes ideológicos fueron conservadores. Nacido en Witten el 11 de enero de 1923, era miembro de una familia católica. Como diría en su correspondencia con Furet: “En mi familia no éramos deutsch-national, y cuando yo era niño mi primer amor fue para la reina oprimida María Teresa, y mi primera aversión para el agresivo rey de Prusia, su enemigo. Hicieron falta muchos acontecimientos para que yo pudiera verme llevado a tomar partido por Federico II” (8). Sus recuerdos infantiles son los del “asombro atemorizado de un niño de la comarca del Ruhr ante el desarrollo de los movimientos del comunismo y del nacional-socialismo durante los años inmediatamente anteriores a 1933”. No obstante, su memoria se centra igualmente en la figura de Martín Heidegger, de quien fue discípulo, señalando su fascinación “por el gran pensador que pareció ser el último metafísico y fue capaz de poner en duda la metafísica con mayor profundidad de lo que lo habían hecho los escépticos y pragmatistas” (9). La influencia del autor de Ser y tiempo en Nolte es manifiesta, incluso en el estilo literario. La prosa de Nolte resulta, con frecuencia, oscura, confusa, conceptista y zigzagueante. Su historiografía no es empírico-sociológica como la de Furet o De Felice; tampoco culturalista, como la de Mosse; es, en gran medida, conceptual,  filosófica.
 
En 1964, Nolte pasó a ocupar la cátedra de Historia Contemporánea en la Universidad de Marburgo. Su labor investigadora sobre los movimientos fascistas comenzó aproximadamente a finales de los años cincuenta. En 1963, publicó su obra más célebre, El fascismo en su época, al que luego siguieron La crisis del sistema liberal y los movimientos fascistas, El fascismo. De Mussolini a Hitler, etc. El conjunto de estos libros constituye la primera parte de la producción noltiana, centrada en la interpretación genérica del fenómeno fascista. Según Nolte, considerado en su aspecto más profundo, como fenómeno transpolítico, el fascismo sería una disposición de “resistencia a la trascendencia”, expresión en la que no hay que entender la trascendencia religiosa, sino lo que podríamos denominar la trascendencia horizontal, es decir, el progreso histórico o espíritu de la modernidad. El enemigo para el fascismo, en todas sus formas, debería ser visto en la “libertad hacia lo infinito”. Este enemigo, se identifica con las dos corrientes que, en el ámbito del pensamiento filosófico y la acción política, han ejercido mayor influencia en la historia europea: el liberalismo y el marxismo.
 
Para el historiador alemán, el fascismo, rechaza la esperanza en un “más allá” redentor con la misma fuerza que combate la idea de una emancipación inmanente  que aspira a la liberación terrena del hombre. Así, Nolte define al fascismo como una “tercera vía” radicalmente antitradicional y antimoderna, por la que discurrirá una “época” de la historia europea; o, dicho con mayor precisión, el fascismo cuestiona tanto la existencia de la sociedad burguesa como la sociedad sin clases marxista. En ese sentido, Nolte cree que debería hablarse de una esencia común que tendría diferentes formas en los países europeos según las diversas situaciones políticas, sociales, económicas y culturales. Nolte describe, en ese sentido, una línea unitaria de desarrollo, donde el primer peldaño estaría representado por Charles Maurras y su Acción Francesa; el segundo por el fascismo italiano; y el tercero por el nacional-socialismo. A su entender, el fenómeno fascista podría ser caracterizado sobre la base de algunos elementos fijos: el terreno de origen, representado por el sistema liberal; su autoritarismo; la combinación de elementos ideológicos nacionalistas y socialistas; el antisemitismo; el sustrato social mesocrático. Además, los diferentes fascismos tenían en común el principio jerárquico, la voluntad de crear un “nuevo mundo”, la violencia y el pathos de la juventud, conciencia de elite y capacidad de dirección de masas, ardor revolucionario y veneración por la tradición. Por último, el fascismo es un antimarxismo, que intenta destruir al enemigo mediante la elaboración de una ideología contrapuesta, aunque limítrofe, porque utilizaba medios casi idénticos, Era, en  fin, un fenómeno de difícil clasificación, “a un tiempo progresivo y reaccionario, minoritario y encandilador de las masas, favorable a los empresarios y al capitalismo de Estado, piadoso y blasfemo” (10).
 
La interpretación de Nolte no suscitó el consenso del resto de los historiadores revisionistas. De Felice nunca compartió los planteamientos del historiador alemán; y consideraba “inaceptable” su tesis sobre el prefascismo de Maurras y Acción Francesa. Tampoco le convencía el concepto de “época fascista”: “Si lo tomamos en el sentido de Nolte y de los noltianos, es decir, en un sentido rígido, entonces no tiene ningún significado. Si, en cambio, lo tomamos en un sentido lato, tiene cierto valor, sobre todo referido a Europa” (11). Mosse manifestó igualmente sus discrepancias con Nolte, porque, a su entender, el fascismo no podía ser considerado como un “antimovimiento”, una reacción al marxismo, producto de la Gran Guerra; lo que significaba negar su especificidad ideológica, cuyos orígenes intelectuales se encontraban ya en los movimientos culturales y políticos del siglo XIX. Mosse consideraba El fascismo en su época un “libro abstruso”, que venía a negar el propio dinamismo fascista, que no era reductible a un mero antimarxismo (12). Como tendremos oportunidad de ver, Furet mantuvo una correspondencia con Nolte, donde expresó sus discrepancias con las tesis del alemán.
 
 
[1] Véase Leszek Kolakowski, Las principales corrientes del marxismo. II. La edad de oro. Madrid, 1982, pp. 101-117 ss.
2  Francois Furet, “El antisemitismo moderno”, en Fascismo y comunismo. México, 1998, p. 103.
3 Ernst Nolte, “Sobre el revisionismo”, en op. cit., p. 89.
4 Renzo de Felice, Rojo y negro. Barcelona, 1996, p. 25.
5 François Furet, Fascismo y comunismo. México, 1998, p. 105. Henri Rousso, “Negationisme”, en Historiographie II. Concepts et débats. París, 2010, pp. 1119-1126.
7 Véase Pedro Carlos González Cuevas, “El revisionismo histórico europeo”, en Estudios revisionistas sobre las derechas españolas. Salamanca, 2016, pp. 25-53.
8 Ernst Nolte, Fascismo y comunismo. México, 1998, pp. 111-112.
9 Ernst Nolte, Heidegger. Política e Historia en su vida y pensamiento. Madrid, 1998, p. 11.
10 Ernst Nolte, El fascismo en su época. Barcelona, 1969, pp. 25 ss. El fascismo. De Mussolini a Hitler. Barcelona, 1975, pp. 126 ss. La crisis del sistema liberal y los movimientos fascistas. Barcelona, 1972, p. 15 ss.
11 Renzo de Felice, Entrevista sobre el fascismo con Michael Leeden. Buenos Aires, 1979, p. 106.
12 Véase Emilio Gentile, Il fascino del persecutore. George L. Mosse e la catastrofe dell´uomo moderno. Roma, 2007, pp. 66, 88 ss.

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