El tango, lo erótico y lo sagrado

¿Qué es lo que se juega ahí: entre esas piernas que se cruzan, esas miradas que tocan cuerpos y palpan almas, ese ritmo que golpea, esa lujuria que se arremolina (pero tan distinta, tan verdaderamente ahí…)?

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Nos complace reproducir una reciente emisión de Disenso, el programa de la cadena televisiva TLV1 que dirige en Buenos Aires el conocido filósofo y también articulista de este periódico Alberto Buela.
 
En el diálogo que se desarrolla entre Buela y el profesor de música y tanguista Carlos Rodríguez Moreno, se aborda la cuestión esencial: el transfondo de lo que se juega en esa danza que es más que una danza, en esa danza que es toda una forma de ser y de sentir, en esa danza que, creada y vivida en Argentina, lleva el nombre de tango.
 
¿Qué es lo que se juega ahí: entre esas piernas que se cruzan, esas miradas que tocan cuerpos, que palpan almas, ese ritmo que golpea, esa lujuria que se arremolina (pero tan distinta, tan verdaderamente ahí…)? ¿Qué es lo que se juega cuando se entra en una Milonga (un salón de baile de tango) y se abre —dicen dialogando los dos compadritos— todo otro mundo, todo otra dimensión, toda otra manera de ser y de vivir? Se abre todo otro mundo que se expresa —señala el filósofo— en “las poderosas fuerzas eróticas que cruzan la pista de una Milonga”. Fuerzas eróticas tanto más poderosas —añado por mi parte— cuanto que nada es explícito, descarado, descarnado. Todo es insinuado, aguijoneado… en esa lacerante punzada del deseo a través del cual, por debajo del cual, lo que late…
 
¿Qué es lo que late, lo que se juega, en esa danza que entrelaza al más aguerrido y macho de los hombres y a la más sensual y hembra de las mujeres? Lo que se juega —apunta el musicólogo— es algo como un hurgar, un buscar, un tratar de alcanzar lo que está al otro lado, lo que no se ve: ese gran enigma del mundo al que, dándole formas y modalidades bien distintas, algunos han llamado “Dios”, otros “orden sagrado”, u otros —antes, mucho antes— “Mito”. Lo que se juega —añade— es “toda la potencia vital, pulsional del tango, una potencia que responde a la lógica del Mito. El Mito: ahí donde lo sagrado, contrariamente a lo pretendido por la religión que vendría luego, es inmanente al hombre, inseparable a él”, inherente al mundo.
¿Qué tendrá que ver con lo sagrado, se preguntarán algunos, toda esa alta pulsión erótica que late en el tango? Se lo preguntarán como si no supieran —no, no lo saben— que el erotismo, o confina con lo profundo y sagrado, o es de una pasmosa trivialidad gimnástica.
 
Javier R. Portella
 



Y AQUÍ UNA ILUSTRACIÓN DE LO DICHO


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