La izquierda pija

La izquierda pija tiende al sentimentalismo y al moralismo, que son prostituciones del sentimiento y de la moral.

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¿Y qué es la izquierda pija? Podría contestarse a esa pregunta con la respuesta que San Agustín se da a sí mismo cuando se pregunta qué es el tiempo: “Si nadie me lo pregunta, lo sé; en cambio, si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”. Pero en las Confesiones esa frase no es más que una captatio benevolentiae (o una coquetería): la prueba es que a continuación San Agustín se lanza a deslumbrantes reflexiones sobre la naturaleza del tiempo; me encantaría hacer lo mismo con la de la izquierda pija, pero, como no soy San Agustín, van ustedes que arden con lo que sigue.
El verdadero ideólogo de la izquierda pija no es Marx, sino Maquiavelo. El verdadero lema de la izquierda pija no es de Maquiavelo, aunque podría serlo; dice así: “El poder se coge con la izquierda, pero se maneja con la derecha”. Esto significa que la izquierda pija llega al poder empujada por el maremoto de la crisis, la miseria, las injusticias flagrantes y la prepotencia innoble de los poderosos, pero en cuanto llega al poder se olvida de la miseria y las injusticias y la crisis y, alardeando con su retórica y su gestualidad antisistema de plantar cara a los poderosos, dobla el espinazo ante ellos, que antes de que la izquierda pija llegase al poder se espantaban con su maximalismo revolucionario, pero que en cuanto llega al poder están encantados con ella, porque les hace el trabajo mejor que la derecha. Antes de llegar al poder, en suma, la izquierda pija es revolucionaria y maximalista, mientras que al llegar al poder se vuelve minimalista e involucionista. La izquierda pija no intenta resolver los problemas de todos, sino que, como dice Víctor Lapuente del nuevo político, “concentra sus esfuerzos en los temas que fracturan a la sociedad en dos bandos para dejar claro que él es el líder de uno”. La izquierda pija dice practicar la nueva política, pero su política y hasta su lenguaje son tan viejos como los de la vieja política (propongo fusilar sin fórmula de juicio al próximo político que use la expresión “líneas rojas” o la expresión “hoja de ruta”). La izquierda pija ha inventado una forma de chantaje que la blinda contra la crítica de los pusilánimes (sobre todo los pusilánimes de izquierda), según la cual todo el que la critica es un reaccionario. La izquierda pija protesta con razón contra los recortes a la libertad que se producen en nuestras democracias, pero aplaude sin razón a las tiranías de Latinoamérica o de Oriente Próximo, con lo que incurre en una forma perversa de racismo y supremacismo. La izquierda pija se pirra tanto por salir en la tele como Belén Esteban. Por momentos, la izquierda pija se parece más a Donald Trump que a cualquier otra cosa. Manuela Carmena no pertenece a la izquierda pija, pero sí quien colocó en la fachada del Ayuntamiento de Madrid ese mensaje de bienvenida a los refugiados que, como notó un editorial de este periódico, tiene más letras que los refugiados que nuestro egoísmo ha sido capaz de acoger. Sobra decir que la izquierda pija intenta echar a los militares de las ferias educativas: como si no fuera educativo saber que las guerras existen; como si no fuera educativo saber que, aunque todas sean espantosas, algunas no hay más remedio que hacerlas (nuestra Guerra Civil, sin ir más lejos); como si no fuera educativo saber que quien más odia la guerra es un militar de verdad y que ahora mismo nuestros militares no se dedican a matar, sino a evitar que la gente se mate. Y hablando de guerras: la izquierda pija habla mucho de la nuestra, pero su visión es a menudo acrítica, de parvulario, una visión huérfana de la complejidad ética de lo que Primo Levi llamó “zonas grises”, esos espantosos lugares de vértigo donde las víctimas se convierten en verdugos y los verdugos en víctimas. La izquierda pija tiende al sentimentalismo y al moralismo, que son prostituciones del sentimiento y la moral. La izquierda pija es decorativa.
No queremos esa izquierda. No queremos una izquierda cínica, gestera, telegénica y ornamental. Queremos una izquierda humilde y decente, que se parta la cara por resolver los problemas de todos, empezando por los de los que más problemas tienen. No queremos una izquierda pija. Queremos una izquierda de verdad. La izquierda pija es el peor enemigo de la izquierda.
© El País

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