La ilusión liberal

El liberalismo se fundamenta en un postulado antropológico erróneo. Los liberales parten del principio de que el hombre no es, por naturaleza, un animal social. La sociedad sería algo extraño para él. Para los liberales, el individuo preexiste a los cuerpos y grupos sociales y se considera la única fuente de los valores que ha elegido.

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El liberalismo es difícil de definir porque, a diferencia del marxismo que encuentra su origen únicamente en Marx, esta corriente no se puede conectar a un solo autor. El liberalismo es un bloque que debe ser tomado en su conjunto, aunque algunos creen que se puede desglosar de la siguiente manera: liberalismo filosófico, liberalismo económico; liberalismo político, liberalismo social/societal.
El liberalismo filosófico
El liberalismo se fundamenta en un postulado antropológico erróneo. Contrariamente a lo que mostró Aristóteles, los liberales parten del principio de que el hombre no es, por naturaleza, un animal social. La sociedad sería algo extraño para él. Para los liberales, el individuo preexiste a los cuerpos y grupos sociales y se considera la única fuente de los valores que ha elegido. Y no hay más que una concepción objetiva de la realidad. Se inclina por la metafísica de la subjetividad. La sociedad no sería entonces sino la estricta suma de las partes que lo componen, a diferencia de la visión holística en la que el todo es mayor que la suma de las partes.
El liberalismo económico
En el supremo individualismo reinante, el interés individual debe ser constantemente maximizado. El hombre no es un animal social, sino un homo economicus. El individuo se reencontraría así en una sociedad en la que busca su propio interés. Según Hobbes, ese interés consiste en escapar de la guerra de todos contra todos. Para Locke, este interés se caracteriza por la defensa de la propiedad privada. Los individuos, por tanto, se desprenden de algunas de sus prerrogativas para formalizar un contrato social entre ellos (el de Rousseau, por ejemplo). En consecuencia, la sociedad no sería, para los liberales, más que un medio para defender sus propios intereses, y no un medio para concurrir juntos por el bien común.
El liberalismo es, pues, una concepción equivocada de la libertad. Para los Antiguos (o Clásicos), la libertad se concibe como la capacidad de hacer, es decir de participar en la vida pública. Para los Modernos, el individuo es libre de hacer o no hacer, en función de su interés. Por lo tanto, puede desprenderse –o desolidarizarse– en cualquier momento del grupo, si entiende que no es beneficiado. La libertad para participar en la búsqueda del bien común desaparece en favor del autogobierno autónomo.
Adam Smith intentó demostrar lo contrario, que los liberales estaban preocupados por los intereses del grupo, al que contribuían indirectamente «Mientras los individuos sólo buscan su interés personal, ello a menudo funciona de una manera mucho más eficiente para el interés de la sociedad, a favor de la cual realmente trabajan». Ésta es una visión del mundo orwelliano en el que, en última instancia, el egoísmo es el altruismo.
La sociedad, pues, se rige por las fuerzas del mercado (oferta y demanda) y su sacrosanta mano invisible. La competencia pura y perfecta es un Grial absoluto. El laissez-faire, que se transforma muy rápidamente en laissez-passer[1], es el alfa y omega de la visión liberal. Así, la circulación de bienes, personas y capitales no debe sufrir ningún obstáculo (globalización: OMC, Unión Europea, Tratado transatlántico). Las fronteras deben ser abolidas, el concepto de nacionalidad se borra en favor de una ciudadanía mundial. Todos los individuos devienen en seres cosmopolitas, desarraigados. Adam Smith resume esto simplemente: un comerciante no tiene nacionalidad, su patria cambia en función del lugar donde obtiene su beneficio.
El liberalismo político
Naturalmente, los liberales han designado al Estado como enemigo. En la visión clásica de la sociedad, la función de mercado está subordinada a la concepción soberana y guerrera. Hoy en día, la economía ocupa el primer lugar. El Estado ha sido desnudado y se persigue su desaparición en beneficio de un mercado soberano. El economista Polanyi decía que «la empresa se gestiona en tanto que auxiliar de la economía». La soberanía del mercado fue resumida por las famosas palabras de Margaret Thatcher: “No hay alternativa" (TINA).
En política, siempre debe hacerse una elección, es decir, en primer lugar que el bien común prevalezca sobre los intereses de los individuos. Pero para el liberal, aquí hay problemas técnicos que resolver. La administración de los hombres se convierte en la organización de las cosas. Las relaciones sociales se han mercantilizado. Lo privado es siempre privilegiado sobre el público.
El Estado protector y garante del bien común fue destruido solamente para convertirse en un Estado mayordomo. Y no existe más que para garantizar las condiciones necesarias para el libre mercado (recaudar impuestos, asegurar la seguridad de las libertades). En ningún caso debe imponer un modelo, y mucho menos una concepción del bien común, sino ocuparse nada más que de la gobernanza. Su neutralidad, a priori objetiva, es el origen del pluralismo político. El Estado respeta la libertad de los demás, cada uno reclamando que su verdad puede expresar la visión de la realidad. Esta concepción liberal conduce a la religión de los Derechos Humanos, erigidos hoy un principio universal. Nada es superior a ellos, ni siquiera la expresión de la democracia directa.
El Estado se ha convertido en el mejor amigo del liberalismo (la famosa "gendarmería sagrada"). El combate de los primeros liberales fue el de limitar las prerrogativas estatales. Hoy en día, luchan para defender el liberalismo de Estado.
El liberalismo social/societal
El liberalismo ha destruido la noción de bien común: cada uno puede dar rienda suelta a su libertad, siempre que no invada la de los demás. Nada, por tanto, puede legítimamente impedir que los individuos se empleen sólo en satisfacer todos sus deseos. El eslogan de Mayo del 68 adquiere su pleno potencial en la actualidad. ¡Debemos disfrutar sin obstáculos! Un niño cuando yo quiero (la anticoncepción, el aborto), como yo quiero (inseminación artificial), con quien yo que quiero (matrimonio homosexual). El homo economicus tiene todo cosificado, mercantilizado. Charles Péguy ya había observado: «Todo el envilecimiento del mundo moderno es haberlo sometido al hecho de que todo es negociable más adelante» El poeta hablaba en su tiempo de arte, cultura o de trabajo, pero sin duda no había previsto el regreso a la mercantilización humana, como la fábrica india de bebés concebidos por madres de alquiler para satisfacer el deseo de adultos reducidos a meros consumidores.
El liberalismo se desarrolla, así, plenamente. Los liberales (Macron) y libertarios (Belkacem) son, en última instancia, las dos caras de la misma moneda.
Conclusión
El socialismo no es el antídoto contra el liberalismo. Se alimentan mutuamente por los excesos de cada uno. El único remedio para esta sociedad de mercado y consumista, desarrollada por fases en los dos últimos siglos, sería el reconocimiento de un bien común por encima del interés individual. La esperanza renace con la aparición de un verdadero movimiento conservador, originado en Francia, pero que se extiende gradualmente por todo el mundo. Las líneas se mueven. Las conciliaciones operan suavemente entre movimientos aparentemente contradictorios. La historia está siempre abierta, siempre dispuesta al cambio.


[1]Inspirándose en el "laisser dire, laisser passer" (dejar decir, dejar pasar) de los filósofos de la tolerancia, la escuela del liberalismo económico propuso como lema el "laisser faire, laissez passer" (dejar hacer, dejar pasar).
 

 

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