Boko Haram está temblando

No les llega la camisa al cuerpo, o sea. Tienen la boca tan seca que ni salivilla les queda para mojarse el dedo cuando pasan las páginas del Corán.

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No les llega la camisa al cuerpo, o sea. Tienen la boca tan seca que ni salivilla les queda para mojarse el dedo cuando pasan las páginas del Corán. Acojonados andan allí abajo, en el norte de Nigeria, sin pegar ojo, porque acaban de enterarse de la última: un juez de la Audiencia Nacional de España ha admitido a trámite una querella de la fiscalía contra Abubaker Shekau, jefe de Boko Haram: ese grupo terrorista que sale de vez en cuando en los telediarios porque secuestra niñas y mata y viola a troche y moche, y campa por sus respetos; y como las fuerzas armadas de allí no pueden con él, o con ellos, el Boko Haram ese, y el tal Abubaker, y su puta madre, se pasan por la bisectriz tanto la legalidad de Nigeria, por llamarlo de alguna manera, como la legalidad internacional, que también tiene maneras propias. Y como resulta que en España, como todo el mundo sabe, la Justicia está desahogada de curro, y los procesos judiciales van rápido, y los fiscales y los jueces no saben en qué entretenerse para matar el tiempo libre, y el tango que más se canta en los juzgados es el que dice que veinte años no es nada, pues se han dicho, oye, colega, ahora que tenemos unos días tranquilos en plan relax cup of café con leche vamos a montarle una querella a Boko Haram, o sea, un pifostio jurídico-taurino-musical que el nigeriano del turbante se va a ir de vareta por la pata abajo, como te lo cuento. Que se van a enterar esos indeseables terroristas de lo que vale un peine. Verán esos yihadistas afroamericanos de color subsahariano lo largo que tenemos, aquí, nuestro ya de por sí largo, robusto brazo de la ley. 
La audaz idea, que me parece admirable en cuanto a su dimensión ética y sobre todo a sus efectos prácticos, proviene de un juez, vilmente inhabilitado de momento —maldita España ingrata, la nuestra—, cuyo nombre ustedes no adivinarían nunca: Baltasar Garzón. Que ya se le echaba de menos en los periódicos. O por lo menos yo lo echaba. El problema era que la percha legal para colgar el asunto, o sea, para que España se declarase competente, requería que Boko Haram hubiera causado alguna víctima española. Pero, gracias al Cielo que todo lo provee, apareció una víctima: no una violada o asesinada o mutilada, que de eso no tenemos ahora en Nigeria, pero sí una religiosa, monja española, que al llegar los malos —estupefacta, sin duda, de que tales cosas ocurran en África— fue «víctima de una situación de acoso y coacción», pues tuvo que escapar y esconderse. Nada menos. Con eso, según la denuncia interpuesta por Garzón, ya tenemos víctima española que llevar al folio, y nuestra implacable maquinaria judicial puede seguir su curso. De manera que, apreciando el asunto, un juez de la Audiencia, no me acuerdo ahora del nombre, ha admitido a trámite la querella por delitos de terrorismo y lesa humanidad. Y a por ellos vamos, oigan. Los del turbante pueden darse por fritos.
Y ahora, como españoles sedientos de justicia internacional que somos, deléitense ustedes imaginando la escena. Ese norte de Nigeria. Esa cabaña en un paisaje polvoriento y seco, rodeado de fosas comunes a medio llenar, donde ni el ejército nigeriano —uno de los más potentes y cabrones de África— se atreve a arrimarse. Ese Abubaker o como se llame, el jefe de Boko Haram, o sea, esa mala bestia que está allí a su aire, violando niñas de colegio de doce años o haciendo filetes, a golpes de machete, a algún paisano que se equivocó cuando le mandaron recitar una sura coránica, o que se llama Crescencio porque fue bautizado por un misionero y resulta que es cristiano. Y está el amigo Abubaker allí, como digo, todavía con la bragueta abierta y haciendo chas, chas, chas con el machete mientras un colega lo graba en video para colgarlo en Youtube dentro de un rato. Porque allí arrasa. En esas anda mi primo, como digo, cuando de pronto aparece un Landrover a toda leche, envuelto en una nube de polvo, se baja un prójimo con escopeta y le dice, oye, Abubaker, tío, que la hemos pringao. Un juez del Real Madrid te ha puesto una querella que te rilas, por terrorista. Y entonces el Abubaker se limpia la sangre de la cara —los machetes salpican mucho— y responde: «No me jodas, Mohamed, con lo a gusto que yo había empezado el día». Y el otro insiste. «Como te lo cuento, jefe. Lo he leído en Twitter». Y cuando el jefe terrorista pregunta de qué se le acusa, el colega informa: «Por lo visto asustamos a una monja, y eso en España debe de ser la hostia». Y entonces Abubaker, abatido, deja caer el machete, se sienta en una piedra, apoya la cabeza en las manos y dice: «Dios mío. No voy a tener más remedio que entregarme».
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