El capitalismo postmoderno

El advenimiento de la masa líquida

Mayo del 68 y la postmodernidad nos impusieron el relativismo intelectual y moral. Los herederos del 68 y del pensamiento débil nos han impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo.

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La ruina de España y Europa

Desde los acontecimientos de mayo de 1968 –me niego a calificar aquellos sucesos esperpénticos como revolución propiamente dicha, y la proclamación por Lyotard en 1971 de “La condición posmoderna”, resulta difícil introducir consideraciones morales en el lenguaje habitual, no sólo en el político o económico, sino lo que es mucho más grave, en el cotidiano. La palabra moral ha ido desapareciendo del vocabulario al uso. Y lo ha hecho no sólo como fruto de creencias, sino también como producto de la recta razón, o como constructo social. Hay anomia es el conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación. Y, por desgracia, también puede entrar en juego el otro significado del concepto que hace referencia a la ausencia de ley, la existencia de leyes contradictorias, o al trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre.
En ese sentido, los sucesos de mayo de 1968 en Francia, y lo que luego trajeron consigo, como la aparición del miserable pensamiento postmoderno, ha posibilitado que buena parte de las élites intelectuales proyecten una influencia perversa en la sociedad europea que, posteriormente, “cruzó el charco” y se afincó en los Estados Unidos. Influencia en la filosofía, en el arte, en la ciencia, en las letras, en la política y en las costumbres privadas y públicas. Mayo del 68 y la postmodernidad nos impusieron el relativismo intelectual y moral. Los herederos del 68 y del pensamiento débil –paupérrima y grotesca expresión nos han impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Han querido hacernos creer que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos alumnos, que no había diferencias de valor y de mérito. Han querido hacernos creer que la víctima cuenta menos que el delincuente, y que no puede existir ninguna jerarquía de valores. Habían proclamado que todo está permitido, que la autoridad había terminado, que las buenas maneras habían terminado, que el respeto había terminado, que ya no había nada que fuera grande, nada que fuera sagrado, nada admirable, y tampoco ya ninguna regla, ninguna norma, nada que estuviera prohibido. Eso y no otra cosa, es el sentido filosófico y político del “buenismo” y también del “personismo” europeo y español. En esa fuente ponzoñosa han bebido a grandes tragos los españoles menores de 55-60 años y hasta hoy, una parte significativa de las nuevas generaciones siguen llenando su copa hasta rebosar en la fuente del nihilismo y del exceso porque, como acertadamente ha señalado Luc Ferry, si algo caracteriza al ser humano es el exceso, eso que en lenguaje vulgar se denomina hoy, en su versión más leve, “desfase”
Ser libre parece que es equivalente a ser inmoral, promiscuo, pícaro, alternativo, contestatario, irrespetuoso, desfasado… ¡Ay de aquella sociedad que no educa a sus miembros para ser verdaderas damas y verdaderos caballeros! Ocurrirá, como pasa hoy en buena parte de la sociedad española, que se transformará velozmente en zafia, ordinaria y, probablemente, peligrosa.
Hay que recordar el eslogan de Mayo del 68 colocado en las paredes de la Sorbona: “Vivir sin obligaciones y gozar sin trabas”. Así, en Francia, la herencia de Mayo del 68 destruyó la escuela de Jules Ferry (no confundir con el anterior Luc Ferry) en la izquierda francesa y la que era una escuela de la excelencia, del mérito, del respeto, del civismo; una escuela que quería ayudar a los niños a convertirse en adultos y no a seguir siendo niños grandes, una escuela que quería instruir y no infantilizar, porque había sido construida por grandes republicanos que tenían la convicción de que el ignorante no es libre.
Algo parecido a lo que aquí en España hizo Giner de los Ríos, no sin cierta ingenuidad, pero con la laudable intención de querer crear hombres íntegros, cultos y capaces, en base a la idea de que los cambios los producen los hombres y las ideas, no las rebeliones ni las guerras; su logro más lustroso fue, sin duda, la Junta de Ampliación de Estudios. Desde la perspectiva ideológica opuesta, pero con la misma rectitud en cuanto al fin, la Compañía de Jesús cultiva el talento de los que lo merecían, ya en las enseñanzas medias como en el ámbito universitario. Pero ni una u otra línea de actuación han perdurado en su calidad fundacional.
En las enseñanzas medias, y en España, fue primero la inoportuna reforma de Villar Palasí que eliminó los bachilleratos elemental y superior y, sobre todo, suprimió el curso preuniversitario, en un contexto de supuesta pre-democratización; posteriormente, los sucesivos ministros de educación socialistas, desde Maravall a Pérez Rubalcaba, darían la puntilla a la educación en España. La falta de referencia moral en este país, ha sido y es delirante. Ciertamente, la separación entre la Iglesia y el Estado, necesaria por la vulnerabilidad de ambas instituciones en los 70, se hizo de golpe, como todo en España. Pero no se buscó alternativa. Mal el Estado y muy mal buena parte de la Iglesia de entonces, desde cardenales a simples curas y frailes corroídos por las corrientes liberacionistas, socialistas, progresistas y obreristas. Ingenuamente, se pensaba que la izquierda giraría al Cristianismo. Los Llanos, Díez Alegría, Iniesta y otros, tenían mala memoria y mucha, mucha candidez. La izquierda se valió de la iglesia entre los años 1965-70 y el 1981 –hasta la feliz llegada de la doctrina y las medidas de Juan Pablo II, la manipuló, la hirió de gravedad y casi la destruye, para seguidamente mostrar su verdadara faz a partir de 2004: su revanchismo, su odio atávico, su ateismo, su abortismo, su ideología de género, su afinidad con la eutanasia, la defensa del mal llamado matrimonio homosexual, la proliferación de las anomias y el desprecio por cualquier moral. Usaron a los “curas progresistas” y sus comunidades de tontos útiles y por poco dejan a España sin religión. Triste legado el del cristianismo progresista.
La herencia de Mayo del 68 ha liquidado cualquier modelo educativo que transmita una cultura común y una moral compartida, cultura y moral gracias a las que todos los ciudadanos podían hablarse, comprenderse, vivir juntos. La herencia de Mayo del 68 ha introducido el cinismo en la sociedad y en la política. Han sido precisamente los pseudo-valores de Mayo del 68 y, seguidamente los de la postmodernidad entendida a la americana, los que han promovido la deriva del capitalismo. Así, se ha pasado de un modelo de ética weberiana basada en el esfuerzo, el trabajo y el mérito, a un el culto del dinero-dios, del beneficio rápido y cuanto más mejor y, por ende, de la especulación salvaje. El cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los valores morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo y ha preparado el terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética, para esas indemnizaciones millonarias de los grandes directivos, esos retiros blindados, esos abusos de ciertos empresarios, el triunfo del depredador sobre el emprendedor, del especulador sobre el trabajador.
Por eso los males de España son éticos antes que económicos. Con esta sociedad líquida resultará muy difícil reconstruir una sociedad coherente y una economía consistente.
El capitalismo postmoderno y advenimiento de la masa líquida
La sociedad de hoy está conformada por una masa líquida en la agonía de la modernidad tardía. La escatología de esta modernidad postrera, supone, siguiendo la ya un poco “sobada” teoría de Thomas Khun, un cambio de paradigma que ha supuesto la emergencia del pensamiento débil o postmodernidad. En esta sociedad todo está cuestionado. Los modelos y estructuras sociales ya no perduran lo suficiente como para enraizarse y gobernar las costumbres de los ciudadanos. Por ello, sin darnos cuenta, hemos ido sufriendo transformaciones y pérdidas como la de «la duración del mundo», al par que vivimos bajo la tiranía de la caducidad y la seducción, en el verdadero «Estado» que es el marcado líquido, es decir, el dinero especulativo sin rostro ni responsabilidad.
Al haber renunciado a la memoria, nos hemos sumergido, no en el fin de la historia ¡Qué ocasión de callarse perdió Fukuyama¡, sino en un tiempo magmático y post histórico que presagia una gigantesca fractura. La modernidad líquida esta definida por una inestabilidad asociada a la desaparición de los referentes en los que anclar nuestros referentes, valores y creencias. Tras la calma, suele venir la tempestad. Y si meterológicamente esto no se cumple exactamente, si ocurre con la sociedad y la política. Veamos.
El embrión de la masa líquida sobrevive en la incertidumbre como corresponde a una época desconocida y oscura. Vive el presente con peligrosa intensidad porque sospecha que no hay futuro para él. E intuye esa situación de peligro como producto de transformaciones como el debilitamiento de los sistemas de seguridad que protegían al individuo y la renuncia a la planificación de largo plazo: el olvido y el desarraigo afectivo, que lejos de ser consideradas –como sería lógico situaciones duras y desgraciadas, se nos presentan por muchos poco sensatos y, sobre todo, enfermos en el alma y en el cuerpo de la peor codicia, como condición del éxito. El colmo de los despropósitos de esta sociedad sin horizonte ni más propósito que el dinero.
Esta falta de sensibilidad que no nueva sensibilidad sino absoluta carencia de ella, exige a los individuos flexibilidad, fragmentación y compartimentación de intereses y afectos, se debe estar siempre bien dispuesto a cambiar de tácticas, a abandonar compromisos y lealtades. De ahí el miedo a establecer relaciones duraderas y a la fragilidad de los lazos solidarios que parecen depender solamente de los beneficios que generan. Pero ese nuevo estilo es sencillamente suicida. Y el producto más afinado de esa tendencia de pensamiento disolvente se llama capitalismo postmoderno. El capitalismo postmoderno nada tiene que ver con el sólido capitalismo weberiano. El nuevo peligro para el mundo civilizado es el capitalismo postmoderno que trata de suprimir dos instituciones básicas: la familia y el Estado. Sepan alemanes y franceses, nosotros nunca sabemos nada, que el capitalismo postmoderno es el enemigo número del Estado en general, de nuestra pobre e invertebrada Europa en particular –embrión enfermo que necesita una operación de urgencia; y de los propios estados nacionales también.
Ciertamente, la esfera comercial lo impregna todo, las relaciones se miden en términos de costo y beneficio, de «liquidez» en el estricto financiero estricto que es la ideología dominante.
Bauman tiene razón en una cosa: el capitalismo postmoderno denomina privadamente «desechos humanos» para referirse a los parados, que hoy son considerados «gente superflua, excluida, fuera de juego». Hace medio siglo los desempleados formaban parte de una reserva del trabajo activo que aguardaba en la retaguardia del mundo laboral una oportunidad. Ahora, en cambio, «se habla de excedentes, lo que significa que la gente es superflua, innecesaria, porque cuantos menos trabajadores haya, mejor funciona la economía». Para la economía sería mejor si los desempleados desaparecieran. Es el Estado del desperdicio, el pacto con el diablo: la decadencia física, la muerte es una certidumbre que azota. Es mejor desvincularse rápido, los sentimientos pueden crear dependencia. Hay que cultivar el arte de truncar las relaciones, de desconectarse, de anticipar la decrepitud, saber cancelar los «contratos» a tiempo. Nacional Socialismo económico en estado químicamente puro. Y en este sentido me dan miedo los nuevos empresarios alemanes y los del este, sospechosamente amorales, que pueden tener la tentación de retomar viejas prácticas por procedimientos menos visibles, más sutiles pero no menos terribles y eficaces. Al tiempo.
Pero para que ese capitalismo prospere se requiere una masa idiota, descreída y sin valores morales: la masa líquida.
El amor, y también el cuerpo decaen. El cuerpo no es una entelequia metafísica de nietzscheanos y fenomenólogos. No es la carne de los penitentes ni el objeto de la hipocondría dietética. Es el jazz, el rock, el sudor de las masas. Contra las artes del cuerpo, los custodios de la vida sana hacen del objeto la prueba del delito. La «mercancía», el «objeto malo» de Mélanie Klein aplicado a la economía política, es la extensión del cuerpo excesivo. Los placeres menos objetables como la gula se interpretan como muestra de primitivismo y vulgaridad masificada. En cambio, los más objetables moralmente, como la pasión por el poder disfrazada de pasión por la excelencia; la inmisericordia disfrazada de justicia (los anglosajones, rudos al fin y al cabo y poco helenizados y latinizados, confunden justicia con inmisericordia); la soberbia vendida como afán de superación; la zancadilla o el mobbing presentado como competitividad; el deporte masivo preñado de intereses espurios, que ese si, es el opio de pueblo.
El capitalismo postmoderno ha potenciado tres espacios o cavernas para aplicar soma anestésico, superando la ficción orwelliana, a la masa líquida: la macrodiscoteca: sexo, alcohol, ruido y drogas, incluidos; macrocentro comercial: consumo desenfrenado; y es estadio de futbol: nuevo circo romano, violento pero incruento todavía, donde se desahogan pasiones pre-belicistas, que están inscritas en el genoma humano y que se encauzan, que no domeñan, de momento por esa vía.
La identidad hoy
¿Quién soy? Esta pregunta sólo puede responderse hoy de un modo delirante, pero no por el extravío de la gente, sino por la divagación infantil de los grandes intelectuales. La identidad en esta sociedad de consumo, se recicla. Es ondulante, espumosa, resbaladiza, acuosa, tanto como su monótona metáfora preferida: la liquidez, que no lo gaseoso. Porque lo líquido puede ser más o menos denso, más o menos pesado, pero desde luego no es evanescente.
Hay que ser justos con Zygmunt Bauman. Se le considera erróneamente un pensador postmoderno pero no le cuadra este término ya que utiliza los conceptos de modernidad sólida y líquida para caracterizar lo que considera dos caras de la misma moneda.
Bauman causó cierta controversia dentro de la sociología con su aseveración de que el comportamiento humano no puede explicarse primariamente por la determinación social o discusión racional, sino más bien descansa en algún impulso innato, pre-social en los individuos. Desde fines de la década de 1990, Bauman ejerció una considerable influencia sobre el movimiento altermundista. Este "altermundismo" o "alterglobalización" utiliza tal denominación para evitar definirse por oposición y para evitar el término "antiglobalización" daría una imagen imprecisa y negativa. El nombre altermundismo viene precisamente del lema "Otro mundo es posible".
No estoy de acuerdo con izquierda ideológica alguna, porque no me identifico con sus raíces positivistas, materialistas y marxistas. En España me identifico aún menos porque rechazo el revanchismo, la memoria rencorosa que no histórica, el anticlericalismo pertinaz y el odio al cristianismo en cualquiera de sus versiones. Hay valores sociales de la izquierda muy asumibles, ciertamente. Pero ello tampoco estoy a favor de un neoliberalismo y de su reciente producto: el capitalismo postmoderno. El neoliberalismo asumió en su día la tesis estadística del 60% (que deberían vivir bien o razonablemente) y el 40% (que tendrían que vivir mal necesariamente). Esta visión neoliberal del mundo, común en Estados Unidos e Inglaterra en las últimas dos décadas del pasado siglo, ha derivado, como por otra parte era previsible por la hecatombe moral que encerraba en su seno, en el fatal capitalismo postmoderno, de aparición reciente, con el siglo XXI, caracterizado por la desregularización salvaje del sistema financiero, descentralización de la producción en países terceros con mano de obra semi-esclava, mercados enloquecidos, etc. El capitalismo postmoderno es conocido por sus “logros”: quiebra de grandes bancos centenarios, especulación salvaje, robo disfrazado de ingeniería financiera, burbuja inmobiliaria, hipotecas basura, primacía de lo financiero sobre lo industrial, especulación con la deuda pública de los Estados, etc., todo ello generador de una debacle que parece conducir a Europa a un modelo 20% (que van a vivir bien) y un 80% (que vivirán francamente mal). Y, elemento clave coadyuvante es una masa idiotizada, podrida y líquida, tal y como la hemos descrito.

 

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