Invasión extraterrestre en el Vaticano

Las declaraciones a la prensa del pontífice felizmente reinante ―y entre ellas, sobre todo las aéreas―, son como una caja de bombones: Se abre el micrófono, y no se sabe nunca qué hallazgo le aguarda a uno.

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Las declaraciones a la prensa del pontífice felizmente reinante ―y entre ellas, sobre todo las aéreas―, son como una caja de bombones: Se abre el micrófono, y no se sabe nunca qué hallazgo le aguarda a uno. Estos días pasados, la bombonera iba repleta. Y así, hemos podido conocer algo acerca de las aficiones pugilísticas de Su Santidad, de sus excursiones en el terreno de la cunicultura, y de su setiénica repulsa de los «terrorismos de estado», entre otras dulzuras. [
«Setiénica» de Setién, que no «satánica» de Satán, evidentemente].
Animados por este regalo, podemos dejar también nosotros volar por unos minutos la imaginación. Vuele, pues, tan alta y pontifical que nos permita contemplar la terrestre miseria desde una perspectiva lejana y desapasionada.Y así imaginemos, por ejemplo, que una avanzada civilización extraterrestre se planteara, a modo de ejercicio sociológico, poner a prueba la estabilidad de la estructura jerárquica más estable y duradera de la humanidad. Elegido el sujeto de estudio ―la estructura de la Iglesia Católica―, el objetivo del ejercicio consistiría en encontrar la vía adecuada para hacer añicos, o al menos para debilitar al máximo, una institución que ha acreditado secularmente poseer una extrema capacidad para superar las más diversas amenazas y situaciones adversas.
Lo primero que habría que descartar, por supuesto, es el recurso a cualquier forma de violencia ejercida desde fuera. No por consideraciones humanitarias, que no vendrían al caso, tratándose de expertos inhumanos, sino porque es algo que se ha intentado ya demasiadas veces sin éxito. Al contrario, la historia muestra que las persecuciones exteriores más bien han tendido a reforzar la cohesión de la estructura eclesial.
Golpear desde alguna instancia interior a la propia institución parece de entrada una estrategia más prometedora. Y como la jerarquía de la Iglesia tiene una cabeza ―el Romano Pontífice― que constituye la clave de bóveda de toda la estructura, la más prometedora de las estrategias partiría de influir en el sistema precisamente desde ese punto.
Como todo el mundo sabe, las civilizaciones extraterrestres disponen de muchos medios para abducir seres humanos, manipulando su personalidad, así como también para suplantar personas por máquinas o por alienígenas perfectamente mimetizados. En este sentido, influir en la cúpula de la estructura eclesial no sería el verdadero problema. La cuestión realmente interesante es cómo hacerlo de forma que el Pontífice abducido provoque el mayor destrozo posible. Aquí es donde los sociólogos extraterrestres se hallarían ante un complicado reto intelectual.
¿Cómo podrían resolverlo? Desde luego, no lo lograrían haciendo enfrentarse al Papa de modo inmediato y directo con los dogmas de la Iglesia. Pues por muy sobresaliente que sea el primado de Pedro, su poder no es absoluto, sino que está ligado a una tradición. Por eso, si un Papa declarara urbi et orbe por ejemplo la no existencia de Dios, o el error de la doctrina trinitaria, lejos de conseguir el pretendido efecto de apostasía y desbandada general, lo que provocaría es su deposición por un concilio, o por un nuevo Papa, que sería elegido tras declarar los cardenales Sede Vacante. La prisa, como en tantas otras ocasiones, es mala consejera también aquí: Hay que reconocer que ni siquiera el Romano Pontífice puede disolver la institución eclesial de un solo golpe. Pero, con algo de paciencia, podrían llegar a conseguirse resultados notables:
En primer lugar, el Pontífice abducido debería procurarse la mayor popularidad posible. Ganando esa popularidad, a ser posible, a costa de la institución a la que representa. Como vivimos en una sociedad de imágenes impactantes, se ofrecerían algunas que sirvieran a este efecto. Para ello, es preciso apuntar a los vicios de los que se acusa tradicionalmente al clero (por ejemplo: el amor al lujo, el apego a las riquezas, la lejanía con respecto a los humildes, etc.) y mostrar con gestos bien escogidos que, a diferencia de los Papas anteriores, y a diferencia del común del clero, éste sí que es un hombre cercano, humilde, amante de la pobreza evangélica, etc.
Conseguido este doble efecto (de aumento de la popularidad personal a costa de la fama de los predecesores y subordinados), aún cabría incrementar más la popularidad del Pontífice abducido por medio de guiños a sectores influyentes de la sociedad que vengan reclamando de la Iglesia cambios que esta no puede hacer sin grave daño a su doctrina y su credibilidad. Un resultado así puede conseguirse por medio de frases ambiguas, de atenciones especiales a representantes de ciertas ideologías o ciertas causas, etc. Es importante despertar expectativas que no puedan cumplirse... ¿o tal vez sí?
Con el viento de la opinión pública a favor, se impone dar luego pasos tendentes a la desmoralización y, si fuera posible, al desmantelamiento de aquellos estratos que más en serio se toman la doctrina de la Iglesia, y andan más comprometidos en las estructuras eclesiales y en el soporte del papado. La savia de la Iglesia es el legado que ésta transmite de generación en generación. El sarcasmo y los reproches constantes pueden desactivar a muchos transmisores efectivos: Los que protesten por tales o cuales desviaciones serán silenciados como «pepinillos en vinagre»; los que recelen de los gestos de atención a enemigos declarados de la Iglesia serán denostados como sucesores del hermano del «hijo pródigo»; aquellos que se han fiado de la doctrina tradicional de la Iglesia sobre las familias pasarán a ser «conejos»; a los colaboradores del Papa en la Santa Sede se les declarará enfermos espirituales, etc. etc. Ni una palabra de aliento para sus huestes católicas debe salir de los labios del Pontífice abducido. Y sí sal gorda. Mucha sal gorda.
Ya debilitadas las defensas, es el momento de impulsar la introducción de novedades que minen los pilares doctrinales de la Iglesia. Esta es una operación muy delicada, que requiere las mayores precauciones. No se puede ir anunciando, por supuesto, una abolición de dogmas, o una supresión de pasajes del Evangelio. Pero cabe formular una doctrina de acercamiento gradual a ciertos contenidos que hasta ahora se consideraban vinculantes. De manera que dichos contenidos, hasta ahora vinculantes, sean reinterpretados en lo sucesivo como ideales teóricos infinitamente lejanos. Es posible además dejar libertad para tal reinterpretación, en función de situaciones regionales o locales. El resultado, en todo caso, será la erosión doctrinal, el caos, y una pérdida de credibilidad asombrosa.
Y entonces, y sólo entonces, se deberá proceder a... Pero no. No debe procederse a nada, por supuesto, ya que todo lo anterior no ha sido más que el resultado de dejar volar demasiado lejos a la imaginación ―esa loca de la casa―. Traigámosla, pues, de vuelta, y no perdamos el tiempo con inexistentes conspiraciones de inexistentes civilizaciones extraterrestres.
Existe, sí, nuestra querida civilización occidental, vieja y enferma. Y sufren sus instituciones de males y agotamientos infinitos. Pero que nadie busque tramas ocultas donde no hay otra cosa que falta de vigor (intelectual). Por tanto, quede el lector advertido: Cualquier parecido de la situación descrita en los párrafos anteriores con la realidad no es más que el resultado de pura incompetencia.

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