Ortega y Parménides ante la pregunta clave de la filosofía

Un manuscrito y un sueño (I)

Empezamos el año con un texto poco habitual en nuestras páginas, y ya no digamos en las de quienes sólo otorgan validez a lo divertido y entretenido. Gran bien nos hará, por una vez, ponernos a pensar un poco. Máxime en compañía de Parménides, Ortega y nuestra colaboradora Susana Arguedas. Mañana, la continuación.

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“Mira pues lo ausente, con todo, a la idea cierto y presente”
Parménides
1.- Momias y espectros
Uno de los textos más enigmáticos de Ortega apareció entre los centenares que no llegó a publicar en vida. Pudo ir destinado a un curso de filosofía que dio en Lisboa en 1944, pero finalmente no lo utilizó. Se trata de una breve nota manuscrita que guarda el recuerdo de una ensoñación:
«La filosofía se murió hace mucho tiempo –su momia y su esqueleto, desde hace generaciones y generaciones, se enseña a las gentes en las cátedras de filosofía de tal a tal hora. Lo que en esas cátedras se decía era más o menos ingenioso, precioso, ameno –pero no era nada que en última instancia nos importase. Aquello estaría mejor o peor –no iba con nosotros. Ahora bien, la filosofía es algo que, si es filosofía, tiene por fuerza que suscitar en nosotros terror, entusiasmo, desazón, curiosidad, profunda delicia, exaltación. Eso es lo que se produce en nuestra vida en sus momentos culminantes, cuando el vivir se estira, se acrece y siendo vivir es más que vivir. La filosofía, si es algo de verdad, no por simple convención y ganas de hablar, si es algo no puede ser una gris y nula cosa que pasa en las cátedras sino algo que pasa en cada uno de nosotros, que es cada uno de nosotros.
»Pero si alguien es hoy capaz de hacer una filosofía, de filosofar en ese único auténtico sentido, esto es, dicho concretamente, sin ocultación, sin atenuamiento, si es capaz de filosofando con el mayor rigor hacer llorar, y hacer reír y hacer estremecerse a los oyentes, no por capricho, no por artificio, pura y simple, y rigorosa y exclusivamente filosofando ¿qué se diría de él? ¿Qué cara pondrían las gentes? ¿Qué extrañeza no sentirían y qué espanto y qué risa, viendo que, de pronto, la momia, el ridículo esqueleto que se enseñaba en las cátedras y que “no iba con nosotros”, comenzaba a moverse de verdad y a mirar y a ver y hacer ver y a decir, decires terribles, decires dramáticos, decires joviales que se apoderaban de nosotros, que nos poseían como posee a cada cual su propia y personal vida, por tanto que casi desde el primer instante entraba en nosotros con violencia a la vez dolorosa y deliciosa y se quedaba allí, dentro de nosotros, para siempre- es decir, que cada día la filosofía, al concluir la lección, no se quedaba en la cátedra, como un ave disecada en el [museo] de historia natural, sino que “iba con nosotros”?»
¿A qué se refería?
Para interpretar este texto, podemos acudir a otros en los que Ortega afirma que lo que llamamos “historia de la filosofía” es solo un espectro de la verdadera, la que está por hacer. Él pensaba que la usual solo nos ofrece:
«La serie temporal de las doctrinas, la continuidad aparente entre ellas. Los sistemas se suceden como engendrados mágicamente, arcana emanación unos de otros. (...) Esa historia conserva de la auténtica tan solo algunos momentos abstractos, como son la consideración temporal o sucesiva y la intención de restablecer su continuidad. Pero en ella las ideas caen dentro del regazo de cada tiempo sin que se sepa cómo: no se asiste a su génesis. Vemos lo pensado, pero no la actividad de pensar hirviendo la materia para alquitarar la doctrina. Pasan los dogmas en hierática procesión, sin pisar sobre la tierra, sin peso ni angustias. Es una historia de espectros”. “Toda consideración de la serie temporal de los sistemas que no muestre a éstos emergiendo de la íntegra vida de sus autores, es abstracta, y si no se da cuenta de ello, es falsa.” Decía haber aprendido de Hermann Cohen, su profesor neokantiano de Marburgo “la emoción de dramatismo que (…) todo problema de ideas es. Las más alta y fecunda misión del profesor universitario es disparar ese dramatismo potencial y hacer que los estudiantes en cada lección asistan a una tragedia.»
En otro lugar, escribe: “La realidad, quiero decir, la integridad de una idea, la idea precisa y completa aparece solo cuando está funcionando, cuando ejecuta su misión en la existencia de un hombre, que, a su vez, consiste en una serie de situaciones o circunstancias. (…) De aquí que solo si hemos reconstruido previamente la concreta situación y logramos averiguar el papel que en función de ella representa entenderemos de verdad la idea. En cambio, tomada en el abstracto sentido que siempre, en principio, nos ofrece, la idea será una idea muerta, una momia. (…) Las “doctrinas” no están en el aire, sino que existen arraigadas en determinados tiempos y lugares. Si se abstrae del funcionamiento de aquellas “doctrinas” en la vida de estos hombres, quedan solo espectros, abstractos.”
Setenta años después, ¿sigue siendo la historia de la filosofía esa procesión de momias y espectros?
El profesor Antonio Martínez dice: ¿Que la asignatura es irracional, que –seamos sinceros–, tal como está ahora mismo, no aporta nada de gran valor a la cultura general de los alumnos, que estos quemarán los apuntes de Historia de la Filosofía tras el examen con el mismo gozo indecible con que lo harán con todos los demás, antes del primer macro-botellón del verano? Nada, tonterías, molestas consideraciones que no merece la pena pararse a analizar. (...) Podemos decir eso tan ridículo que se ha inventado algún colega mío: “¿Quién teme a la Filosofía?”, como si el Sistema quisiera suprimir nuestras asignaturas “por miedo a la rebeldía que generan, al pensamiento independiente y crítico que fomentan”. ¿De verdad hay alguien que se crea esto? Nos quieren suprimir porque nos perciben como inútiles, como un lastre anacrónico del que se puede prescindir. Y, tal y como nosotros mismos hemos contribuido a que estén las cosas, debemos confesar que no les falta algo de razón.” En efecto, las ciencias ya enseñan “pensamiento crítico”. ¿No será su incapacidad para despertar interés, salvo a un puñado de especialistas, lo que la está llevando a desaparecer de los planes de estudio?
Pero volvamos al manuscrito y, con algunos textos más en la mochila, salgamos a buscar señales de vida en los espectros.
2.- El Señor de la Guarida
En 2006 se publicó en España En los oscuros lugares del saber, traducción del libro del profesor Peter Kingsley In the Dark Places of Wisdom. Su protagonista es Parménides, el fundador de la lógica y la metafísica occidentales.  
Kingsley presenta a Parménides bajo una nueva luz al interpretar en su contexto histórico el proemio de su poema junto con unos pocos datos biográficos. Las fuentes históricas y arqueológicas en que se basa no son nuevas. Sí lo fue la sorpresa que causó en lectores de todo el mundo (la versión española ya va por la cuarta edición) descubrir qué se ocultaba tras el ilustre nombre al que los manuales atribuyen la doctrina sobre “el Ente”. Este sugerente retrato del autor griego puede resumirse en los siguientes puntos:
1º) El sueño y la quietud. Parménides nació en una distinguida familia de Elea a fines del s. VI a.C. Fue sacerdote de Apolo Oulios (Sanador) y, como sus antepasados, se dedicó a la enseñanza y a la curación mediante rituales mágicos, en particular los sueños, que sabía inducir con el método que los romanos llamarían incubatio, incubación.
La incubatio se practicaba en los templos o en cuevas próximas a ellos, a las puertas del inframundo, reino de Hades. El durmiente permanecía allí, silencioso e inmóvil, en total quietud (hesyquía), como los animales cuando hibernan en su guarida (pholeos). El sacerdote pholarcos, “señor de la guarida”, era quien lo guiaba en aquel estado de muerte aparente.
Sus fines no eran solo curativos. Los sueños eran el principal método de conocimiento y el camino para entrar en contacto con lo divino. Parménides es heredero de una tradición nacida en la Prehistoria con el descubrimiento del significado simbólico, tal vez religioso y espiritual de las cavernas.
El pholarcos, “amo de los sueños”, era su inductor e intérprete. Iatromantis (sanador) y pholarcos, títulos atribuidos a Parménides, están estrechamente relacionados con Apolo. El Ouliades era un conocedor del camino de acceso al trasmundo, a la realidad latente más allá del mundo ordinario en que vivimos. Apolo, dios de los “chamanes” griegos, presidía ese otro estado de conciencia. El éxtasis de Apolo era personal, silencioso e inmóvil. Liberaba al individuo del espacio y del tiempo.
Kingsley analiza la fascinación que los griegos sintieron por la inmovilidad. Dice que en ella veían algo “siniestro”, extraño e inhumano que, por eso, asociaban a dioses y héroes. Frente a la constante y profunda inquietud del hombre, la quietud aparece como una cualidad divina. La quietud lograda durante la incubatio en lugares sagrados era un medio de acercarse a la divinidad.
2º) Aminias. Según Diógenes Laercio, el pitagórico Aminias enseñó a Parménides la quietud (hesyquía). Éste le quedó tan agradecido que mandó construir en su honor un santuario de héroe. Nada más sabemos de él. Pero el hecho de que Parménides tuviera que aprender de un forastero lo que, al parecer, más le importaba, sugiere que era un hombre descontento, insatisfecho con lo aprendido en su tradición.
3º) Poeta. La única obra de Parménides que conservamos es un poema incompleto. Su época era de tradición oral; casi nadie sabía leer y escribir y estas obras se concebían para ser recitadas o cantadas en voz alta. Parménides compuso su poema en hexámetros, el verso de Homero y Hesíodo. Kingsley describe las técnicas literarias que emplea para producir en quienes lo escuchan un efecto de encantamiento. “Era afirma– el poema de un iatromantis”.
En el proemio, un joven iniciado protegido por la divinidad (kuros) narra su viaje al inframundo antes de morir. Todos los personajes que encuentra son femeninos: mujeres, niñas, yeguas. Una diosa le da la bienvenida tomándole la mano derecha y le revela el camino de la Verdad.
¿Qué sentido tenía ese viaje iniciático? Según Kingsley, encontrar su vínculo con lo divino. Y para ello, el muchacho tenía que prepararse para la muerte antes de morir. El viaje a la noche significa “ignorancia en el sentido de “lo que se desconoce”. Y lo que le lleva a viajar es el “anhelo”, la pasión, el deseo. Las yeguas lo llevan “tan lejos como el anhelo alcanza”. Y viaja al inframundo porque en la oscuridad se encuentra la fuente de la luz.
4º) Héroe. Elea consideró a Parménides héroe y padre de la patria. Muchos años después de su muerte, Platón, en un viaje al sur de Italia, descubre el poema en un templo de la ciudad. Queda muy impresionado. Es el primero que nos da noticia de Parménides, en un diálogo que lo representa como un anciano que visita Atenas acompañado de un joven discípulo, Zenón. En esa obra, Sócrates y el mismo Platón aparecen como los auténticos herederos del filósofo.
Kingsley culpa a Platón de haber distorsionado y falseado a Parménides. Pero no explica en qué consiste esa “manipulación” ni cuál sería la correcta interpretación del poema, especialmente el “discurso del Ser”, la parte que mayor influencia ha tenido en la historia de la filosofía y que no comenta en el libro.
Abundan las insinuaciones, más que argumentos, contra Platón, pero Kingsley ni las aclara ni las justifica. ¿En qué sentido es o no Platón heredero de Parménides ¿En qué consiste ese “abismo” que, según él, los separa? ¿Realmente falseó algo Platón o simplemente interpretó a Parménides de un modo que Kingsley juzga equivocado?
Algunos comentaristas piensan que, para Kingsley, la historia de la filosofía se ha manipulado y tergiversado, que ha habido una especie de conspiración (no dicen de quiénes) para ocultar ese aspecto que podríamos llamar “chamánico” del primer filósofo griego. Esto es muy confuso. ¿Quiénes serían esos supuestos “conspiradores”, Platón, Aristóteles, sus discípulos? Los que solo recordaron de Parménides la abstracta teoría del Ser, base de la ontología occidental durante casi tres milenios, ¿”manipularon” o simplemente pensaron que en ella y no en el proemio, se hallaba el verdadero descubrimiento del filósofo? Si Parménides solo compuso “el poema de un iatromantis, ¿qué lo hizo diferente de los demás poetas y sacerdotes?
Kingsley no responde a estas preguntas. Solo afirma que Platón y Aristóteles “cumplieron su tarea y permitieron que desarrollásemos nuestra inteligencia en cierta dirección y explorar aspectos de nuestra realidad que desconocíamos”. Suponemos que se refiere a la razón y que esa parte olvidada sería la del “conocimiento mágico”. De acuerdo, pero entonces ¿no será que sus contemporáneos y herederos ya había dejado de creer en este; que habían comenzado a abandonar las cuevas y a desconfiar de los sueños?
“Pero ha llegado el momento de seguir adelante”, añade enigmáticamente Kingsley, sin indicarnos adónde.
5º) Legislador. Parménides fue también un respetado estadista y legislador. Dio leyes a Elea y sus ciudadanos lo recordaban cada año jurándoles fidelidad.
Este aspecto también quedó al margen de la interpretación de su filosofía. Kingsley dice que no sabemos qué hacer con esos datos a causa de nuestra obsesión por el sentido abstracto y teórico del poema. Sin embargo, su parte central está escrita en términos jurídicos, como si fuera la crónica de un proceso legal. Parménides se parece a Moisés: este bajó las leyes del Sinaí y aquel las trajo del Hades.
Apolo era el dios de la función solemne y sagrada de “decir la ley”. En la tradición pitagórica, había cuatro vocaciones que acercaban el hombre a la divinidad: profeta, sanador, poeta y legislador. Las cuatro estaban gobernadas por Apolo y probablemente Parménides las realizó todas. Dar buenas leyes a la ciudad era curarla.
La idea principal del libro es que la historia de la filosofía, especialmente en sus orígenes, se nos cuenta sin atender a su relación con las prácticas mágicas en que nació. Kingsley, sin embargo, no desarrolla las implicaciones de este hecho. Solo plantea el problema y de forma más bien vaga.
Sostiene que al olvidar ese contexto religioso y espiritual, hemos llegado a pensar que las ideas surgen de la nada en la mente de un intelectual cuya biografía es irrelevante. Así, Parménides se ha visto reducido a la árida exposición de su ontología, que aprendemos desgajada de su trayectoria espiritual. La consecuencia de este error es que estamos perdiendo nuestra tradición, que ya no comprendemos nuestros orígenes.
La inmensa erudición acumulada sobre la ontología de Parménides nos sirve de poco. Kingsley dice que buscamos “alimento espiritual” en Oriente o en otras culturas porque ya no somos capaces de encontrarlo en la nuestra. No entendemos nuestro pasado y, para empeorar las cosas, es tal la confusión de opiniones al respecto que toda una vida dedicada a estudiarlas no bastaría para entenderlo. Compara este hecho con la desaparición de especies biológicas: “la extinción de nuestro conocimiento de lo que somos”. Acumulamos datos que no nos afectan profundamente ni nos satisfacen (“no van con nosotros”, decía Ortega en su nota). Pero pertenecemos a Occidente y cuanto más creemos encontrar fuera, más perdidos nos sentimos dentro.
Ni Parménides ni ninguno de los primeros filósofos griegos, insiste Kingsley, fueron intelectuales “puramente especulativos”, preocupados solo por abstracciones racionalistas y ajenos a los intereses prácticos. Estas ideas son falsas y lo único que demuestran es que no los entendemos. No sabemos qué era para ellos “conocimiento” o “sentido práctico”.
Los datos desmienten ese lugar común. Uno de los pitagóricos más célebres, amigo de Platón, fue Arquitas, gobernador de Tarento. Fue un gran ingeniero civil y militar, inventaba juguetes y hoy se le considera padre de la ingeniería mecánica y precursor de la robótica. Meliso de Samos, discípulo de Parménides, fue estadista y comandante naval. Zenón murió cuando sacaba armas de contrabando de Elea para ayudar a los habitantes de una pequeña isla en su guerra contra Atenas.
Incluso en el poema, no hay nada “puramente teórico” en los términos que emplea Parménides cuando, antes de comenzar su explicación de la realidad, describe el camino “por el que vagan los seres humanos sin saber nada”, “porque la impotencia que sienten en el pecho es lo que guía su pensamiento errático mientras se ven arrastrados, aturdidos, sordos y ciegos a un tiempo, multitudes indistinguibles e indistinguidas.”
Kingsley piensa que esos “seres perdidos” somos nosotros. Por mucho que pensemos, concluye, no podremos llegar a ver la verdad sobre nosotros mismos a menos que nos demos cuenta de lo que nos falta.
¿Y qué es ese “algo más” que nos falta?, preguntamos.
No nos lo dice. Su conclusión es que “la historia está lejos de haber concluido y este libro es solo el principio”.
3.- Veinticinco siglos después
Dos milenios y medio después de la muerte de Parménides, hacia 1940, Ortega recordaba así sus años de estudiante en Marburgo:
«…Con Nicolai Hartmann, con Paul Scheffer, con Heinz Heimsoeth he discutido sobre Kant y sobre Parménides –muchas veces, a media noche, en paseos sobre el camino nevado, que terminaban junto al paso a nivel, mientras cruzaba monstruoso el expreso de Berlín, cuyos faroles rojos ensangrentaban un momento la nieve intacta.»
«Veo aquella Alemania, todavía romántica; veo la buhardilla donde Hartmann en su juventud vivía; oigo que disputamos acaloradamente sobre Parménides; y luego (…) oigo que para aplacarme tañe su violoncello.»
Eso sucedía a principios del siglo XX. ¿Por qué discutían tanto sobre un filósofo desaparecido dos mil quinientos años antes?
3.1.- Los dos equipos mentales
Kingsley nos invitaba a imaginar a Parménides como un pionero en la exploración de la mente. El verso que encabeza este artículo evoca el formidable poder del pensamiento, capaz de hacernos presentes las cosas más remotas.
Ortega dice que el hombre dispone de dos equipos de actividades mentales:
“…uno, consiste en ver, oír, tocar, etcétera, lo que se llama percepciones de los sentidos. (…) Esas percepciones de los sentidos nos presentan las cosas todas que nos rodean, en el aprovechamiento y lucha con las cuales consiste primariamente nuestro vivir. Esas percepciones excitan la actividad de nuestro intelecto que las compara, distingue o identifica formando sobre ellas ideas claras, lo que llamamos conceptos, nociones, razones. Es el equipo intelectual.”
El otro es el que podemos llamar método visionario:
Pero al lado de percepciones y conceptos o intelecciones, que tienen el carácter de habitualidad, de cotidianeidad, de normalidad, el hombre se encuentra con otras actividades mentales que, por el modo de producirse, por la ocasión o infrecuencia de su funcionamiento ofrecen el aspecto de excepcionalidad. Tales son los estados de embriaguez, de delirio de trance y exaltación, son, por lo pronto y ante todo, los sueños. Cuando el hombre se duerme y el mundo de cosas que le rodea acordado, desaparece ante él, he aquí que un mundo de cosas diferentes de aquellas se hace presente en forma no menos vívida que lo percibido en la vigilia. Dormido el hombre ve y toca seres extraños, monstruos que despierto nunca vio, figuras humanas o semihumanas dotadas de aspecto y poderes extraordinarios, asiste a escenas donde no rigen las leyes del mundo ordinario, surgen de pronto ante él –y esto ha sido de una importancia decisiva en la historia humana– surgen, o mejor, resurgen ante él sus muertos familiares que le aparecen resucitados o redivivos, que hablan con él, le dan consejos, le amenazan, le prometen. Como con los sueños, acontece con las visiones de la embriaguez, de la intoxicación por drogas, de los trances extáticos.”
Los dos equipos nos hacen presente dos géneros de realidad, “dos mundos distintos pero que, en principio, tienen igual derecho a ser reconocidos como reales. ¿Qué hará el hombre ante esa dualidad? ¿A cuál de esos equipos mentales otorgará mayor crédito? ¿De cuál se fiará? Y, paralelamente –¿cuál de esos dos mundos dispares le parecerá el decisivo, el más importante y auténtico, esto es, el más real?
Para nosotros, continúa, “el dilema está decidido. Creemos firmemente que son las percepciones claras y las claras ideas formadas sobre aquéllas por nuestro intelecto el único procedimiento seguro para reconocer la efectiva realidad, para orientarnos en ella y descubrirla. Dicho con otras palabras, nos hemos decidido por el método intelectual, por el pensamiento claro, racional o lógico.”
Desde esta nuestra presente convicción descalificamos las pretendidas realidades que aparecen en los sueños, en las alucinaciones, en los trances y éxtasis, en el delirio y la embriaguez.”
Pero todo eso nos parece irreal, “no son cosas efectivas que se hacen presentes a nosotros en esos estados de excepción, sino meras creaciones subjetivas oriundas de otra potencia que el hombre posee, maravillosa pero equívoca e incontrolable a que se llama fantasía. En el sueño, en la embriaguez y en el delirio no se trata, pues, de cosas reales sino de figuraciones fantasmáticas o fantasmas. Frente al equipo intelectual, tenemos, pues, el equipo que podemos llamar fantastical –el pensamiento visionario o místico”.
El método intelectual es el más reciente. Fue descubierto hace dos mil quinientos años, periodo de tiempo muy breve si lo comparamos con el larguísimo transcurrido desde la aparición de nuestra especie:
“… antes, durante decenas de miles de años la mentalidad primitiva o primigenia ignoraba que el hombre poseyese intelecto aunque lo ejercitaba, y usaba a toda hora de conceptos, y era lógico en su pensar (…) sin saberlo.”
El hombre primitivo no consideraba su intelecto –puesto que ignoraba su existencia- como método para descubrirle la efectiva realidad, sino que creía, opuestamente, que es el pensamiento visionario quien nos revela la realidad más decisiva. Los primeros pedagogos y maestros del hombre han sido los sueños y los delirios. (…) Ese mundo extraño y extraordinario de las visiones oníricas, alcohólicas y orgiásticas le parecía la más profunda y efectiva realidad, donde residían los poderes decisivos que rigen el mundo de las cosas visibles y, sobre todo, los destinos de los seres humanos. Como ese mundo visionario aparecía sin comunicación controlable con el mundo habitual y cotidiano (…) se le presentaba con el carácter del misterio y, en cuanto tal, tenía ya todos los caracteres de lo que más tarde iba a llamarse lo divino. Ese misterio por lo extraño de sus formas y escenas producía horror, era tremendo, en el sentido más propio del vocablo, era el mysterium tremendum, pero, a la vez, atraía con su propia extrañeza al hombre, era fascinante, mysterium fascinans, y estos dos caracteres inseparables de horrorizar y fascinar son lo característico de lo santo en su verdadera acepción”. (…)
Y lo mismo que una vez instaurado el método intelectual se escribieron libros y se crearon academias y universidades y laboratorios y técnicas refinadísimas para el empleo de las percepciones claras y la obtención de conceptos rigorosos o racionales, este hombre primigenio (…) creó técnicas visionarias y cultivó metódicamente el delirio.”
(Proseguirá.)

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