Viena, Año Nuevo, Zubin Mehta y la tradición

El acontecimiento representa un hito de divulgación universal y simboliza para los propios vienes un deber con su tradición y con su idiosincrasia.

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Qué cabrón. Entiendo que no son maneras éstas de inaugurar un año, pero es la expresión que me ha suscitado el insultante aspecto de Zubin Mehta en el comienzo del concierto de año nuevo (y en el final).
Mehta tiene 78 años. Los demuestra por la sabiduría y la clarividencia, pero le desmiente esa especie de aura intemporal que ha adquirido en el Himalaya. Tanto podía estar dirigiendo el concierto de año nuevo de 2015 como el de 2007. Que fue la última vez en la que apareció con los filarmónicos vieneses a propósito del gran baile del 1 de enero.
Dos años le faltan para llegar a los 80, insisto. E insisto porque asombra esa filosofía existencial de gurú con la que ha logrado no sobreponerse al tiempo sino colocarse fuera de él, hasta el extremo de que el "retroceso" al salón de la hiperbólica familia Strauss  en sus vaivenes, aromas y  edulcoramientos se antoja tan convincente como su presencia contemporánea en los televisores HD cauterizando la resaca colectiva.
La alta definición tendría que delatar las arrugas, pero lo que delata es una elegancia gestual, una majestad y una dramaturgia personal impresionantes. Nos mece Mehta en los balbuceos de 2015, como mecen sus manos el orquestón vienés en su opulencia y en su sensibilidad. En su disciplina colectiva y en su virtuosismo individual. Y en su dimensión lúdica, con más razón cuando los percusionistas se recrean en las imitaciones ornitológicas y los chelos "valsean" hasta sin proponérselo.
Se trata de abandonarse, igual que hacen los espectadores adinerados, los jeques árabes y los melómanos japoneses en el trance de la marcha Radetzky. Niños parecían esta mañana a las órdenes de Zubin Mehta, formalizando un hábito  dialéctico que se prolonga ya durante 75 años y que predispone a los saltos de esquí desde el sofá.
Ya he escrito otras veces que no es éste mi repertorio favorito –entiendo que, para el optimismo, resultaría  contraproducente amanecer el año con la "Novena" de Mahler–, pero el acontecimiento representa un hito de divulgación universal y simboliza para los propios vienes un deber con su tradición y con su idiosincrasia. Que se agradecen cuando las orquestas tienden a homologarse. Y a desdibujarse la personalidad de unas y otras en una suerte de elevada rutina.
Mehta es el mejor antídoto para conjurarla. Me refiero a su musicalidad epidérmica, a la hondura de su magisterio. A sus aptitudes comunicativas. A su naturalidad.  Y a su telegenia. El concierto de año nuevo no requiere  sólo un gran director de orquesta. Requiere un telepredicador, un showman.
Zubin Mehta lo es. Lo  ha demostrado esta mañana. Mirando a la cámara sin mirarla, seduciendo a los espectadores con sus manos de cirujano, explosionando confeti –no es una metáfora–,  haciendo malabares con la batuta –no es una metáfora–, despachando copas de champán entre los músicos  de la orquesta y... acortando distancias jerárquicas.  Porque le gusta  ironizar con su papel. Incluso relativizarlo.
Sostiene Mehta que la verdadera misión del director de orquesta no radica en conseguir que los profesores sigan al maestro, sino al revés: es el director quien debe secundarlos. En realidad, la exageración, desmentida esta mañana con una majestuosa "dirección" del Danubio azul, sobrentiende que Mehta no forma parte de los colegas tiranos ni autoritarios. Pertenece a la escuela de los buscadores de consenso. Igual que el difunto Abbado, compañero de clase en el Conservatorio de Viena.
Les fascinaba  a ambos apuntarse al coro de la venerable institución académica. No porque estuvieran dotados para el canto,sino porque la experiencia les permitía aprender de los viejos maestros.
Mehta se ha convertido en uno de ellos. Y ha sido también un ejemplo de compromiso, especialmente en cuanto concierne al poder simbólico, conciliador o disuasorio de la música.
Suya fue la iniciativa de llevar la Filarmónica de Nueva York a los suburbios de Harlem, como suyo fue el mérito de reunir en un mismo concierto y en los mismos atriles a los músicos de las orquestas filarmónicas de Israel y de Berlín.
Sucedió en Tel Aviv (1992) como una prueba de reconciliación y como un ejemplo de la sensibilidad del maestro. Ya había dirigido la "Segunda" de Mahler en los aledaños del campo de concentración de Buchenwald (1999), diez años antes de haber impulsado un proyecto en Israel que tenía y tiene como objetivo el apoyo a los músicos árabes.
Fue Zubin Mehta quien protestó en Buenos Aires contra la guerra de las Malvinas y quien reunió a las huestes de la Orquesta Sinfónica de Sarajevo para interpretar un concierto en las ruinas de la biblioteca de la capital bosnia durante el brutal conflicto balcánico. No se trata de hacer un balance de la "misión" de Mehta, sino de ubicarlo en una posición que trasciende la rutina de los conciertos y que también explica que nos pongamos entre sus manos para que 2015 sea realmente un feliz año nuevo.
 © El Mundo

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