El Estado Islámico de Irak, ¿es el verdadero o el falso islam?

Al menos la guerra abierta contra uno tiene una gran ventaja: te obliga a despertar.

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Las atrocidades y actos de barbarie cometidos por pandillas de yihadistas armados en Irak —esos que persiguen, cazan y matan a cristianos, kurdos y otras minorías— no son obra, evidentemente, de la gran mayoría de los musulmanes. Sin embargo, es incorrecto decir, como todo el mundo repite sin parar (especialmente las autoridades e intelectuales musulmanes), que nada de eso “tiene nada que ver con el verdadero islam”. Desgraciadamente, sí tiene que ver.
Esa intolerancia absoluta, esa fascinación por la muerte (castigo de los demás y autosacrificio del mártir), esa amenazadora obligación de conversiones, esa denigración de todo lo que no es integrismo sunita, esa concepción dictatorial y teocrática del poder, todo ello está fundamental y virtualmente inscrito en las suras coránicas. Corresponde, por lo demás, a los comportamientos que ya se desarrollaron a lo largo de la primera yihad, a partir del siglo VII. Imponer la fe mediante la guerra forma parte de los principios fundamentales del islam, que siempre ha estado a favor de la violencia —en aras, por supuesto, por supuesto, de la paz final… La conversión no se hace mediante la persuasión, sino a través de la fuerza y el temor. Temor, al principio, del Dios, único y despiadado antes de hacerse misericordioso. […]
Por definición, el islam es violento, invasor, universalista, proselitista, intolerante —incluso más que las formas más agudas que el cristianismo ofensivo desarrolló hasta el siglo XVII. Basado en la cultura árabe antigua, sólo deja de lado tales rastos cuando se topa con una fuerza superior pone. Es entonces cuando el islam baja la cabeza, se agacha, retrocede provisionalmente y se hace astuto. Aparte del sufismo (rama minoritaria y cismática), el islam se fundamenta en el enfrentamiento —en la lucha que implica la creencia en la Verdad absoluta que debe imponerse a todos—, no en la interioridad, la reflexión y la fe personales. La diferencia (psicológica y teológica) con el judaísmo es enorme: este último, aunque está persuadido de poseer también la Verdad, no hace ni proselitismo ni conversiones por la fuerza, sino que se limita a ser una religión étnica y cerrada. Sus prioridades son la seguridad, la influencia del pueblo judío, que se piensa como eternamente minoritario y aparte; todo lo contrario del islam de origen árabe, que pretende regentar a toda la humanidad al tiempo que impone los conceptos delirantes de “infieles” y de “descreídos”. Es ésta una postura fanática, mentalmente regresiva y esterilizante que también resulta completamente ajena a los cultos politeístas y a toda la cultura europea.
Aunque está claro que en el mundo árabe-musulmán muchos Estados luchan contra el fundamentalismo islámico, hay que destacar que lo hacen —como el nuevo régimen de Al Sissi en Egipto contra los Hermanos Musulmanes— con una brutalidad sin precedentes. Tal parece como si la brutalidad estuviera inscrita en el atavismo étnico-cultural de estas poblaciones. Además, el antiislamismo sigue siendo, en el mundo musulmán, muy frágil, y siempre tiene un carácter provisional. Se puede cambiar muy fácilmente de opinión, y son incesantes los cambios de alianza. Nada es nunca definitivo.
El embajador israelí en Francia, Yossi Gal, recuerda que el nuevo Estado islámico en Irak, o el Hamas que provoca a Israel lanzándole cohetes, o el Hezbolá, o Al Qaeda, o los asesinos de Boko Haram en Nigeria, "todo ello constituye una unidad" .(Le Figaro, 13 de agosto de 2014). Se podría añadir a los Hermanos Musulmanes en Egipto (provisionalmente neutralizados), a los grupos yihadistas en Libia y en todo el Magreb, a los de Malí y a una infinidad de movimientos similares en Asia Central y Extremo Oriente. Toda esa movida islamista de carácter internacional no sólo aspira a unificar un Oriente Próximo desprovisto de Israel y sometido a un "califato" totalitario donde imperen el terror y el oscurantismo (exactamente como los talibanes de Afganistán). También pretende que el conjunto del mundo musulmán se incline progresivamente a su favor, para atacar seguidamente a la Europa en vías de islamización. No pierden de vista su objetivo final, que es exactamente el del islam: establecer el “califato universal”. Se trata, por supuesto, de una utopía irrealizable, aunque sólo sea por la guerra endémica entre sunitas y chiítas. Una utopía de conquista universal y totalitaria que se parece, aunque en una paradójica versión arcaica, a los objetivos perseguidos por el trotskismo y el marxismo-leninismo soviético en el siglo XX.
Pero el problema es que, en el conjunto del mundo musulmán, este islamismo de despiadada yihad fascina como en sordina a toda una juventud que puede acabar pasándose a su lado. Así sucede, en particular, entre los musulmanes instalados en Europa y en pleno crecimiento numérico. El peligro, en nuestros países, no son tanto los atentados (cuyos efectos son más psicológicos y mediáticos que reales), sino un levantamiento insurreccional islámico en el curso del siglo XXI. La yihad en Europa, tan pronto como el balance demográfico les sea favorable, constituye una hipótesis que no se puede dejar de tener en cuenta. Tanto más cuanto que nada nos asegura que el África sahariana y del norte no acabe cayendo en manos de regímenes islamistas.
El actual gobierno israelí ha cometido un grave error estratégico. Mientras que el Hamas terrorista estaba perdiendo cada vez más prestigio entre los palestinos de Gaza por sus provocaciones que contribuyen a mantener el bloqueo (lanzamiento de cohetes, ataques mediante túneles ofensivos en territorio hebreo), así como por su desvío de la ayuda europea a favor de la corrupción y de la compra de armas, la respuesta israelí, mal dirigida y demasiado brutal, ha hecho que la opinión internacional se pusiera en contra suya. […] La batalla de Gaza ha conseguido atenuar de tal modo los efectos negativos de las exacciones islámicas cometidas en Irak. […]
Si no tenemos cuidado y si, con nuestra dulce locura, seguimos manteniendo la inmigración descontrolada y los balances demográficos que son la clave de todo, lo que está ocurriendo actualmente en el Próximo Oriente con la barbarie de la yihad islámica puede suceder perfectamente en Europa a lo largo del siglo XXI.
Al menos la guerra abierta tiene una ventaja: obliga a despertarse.

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