Libertad política y libertad psicológica

En estos momentos tengo la sensación de vivir bajo una dictadura mediática aceptada por la parte, no sé si mayoritaria, pero sí más visible de la población catalana que está de acuerdo con suprimir los derechos de "ciudadanía" de la otra parte.

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Voltaire
 
Voy a tratar de hacer una reflexión sensata sobre las consecuencias de la falta de libertad de expresión política y sus consecuencias a nivel psicológico.
En Cataluña, en estos momentos se ha instalado, fomentado por el poder político, los medios de comunicación a su servicio (casi todos los de la Comunidad) y la parte de la ciudadanía que siente de esa determinada manera lo que podríamos llamar "pensamiento único".
El pensamiento único consiste en la obligatoriedad de aceptar varias premisas que pasan por el siguiente continuum: Cataluña es una nación, es una nación maltratada por el Estado español, debe tener un Estado propio, se debe hacer un referendum sobre su independencia y hay que votar que sí.
Algunas personas pueden estar totalmente de acuerdo con todos estos postulados, otras en parte y otras en nada.
Y todas son absolutamente respetables porque, supuestamente, vivimos en democracia.
El problema reside en que todas las que consideran que todos los presupuestos deben ser así se han constituido en bloque opresor de modo que no hay posibilidad alguna no solo de contradecirles, sino de expresarlo. Las consecuencias de ello no solo son la hostilidad personal o pública sino, especialmente, la marginalidad a la que aquellos que osen hacerlo pueden ser sometidos.
En Cataluña una parte de la población, afín al régimen, disfruta de las prebendas de este en todos los aspectos: subvenciones, proyección personal, social, profesional y aquellos que no son afines simplemente no existen. Pagan impuestos y viven como figuras decorativas de un paisaje al que solo tienen derecho a pertenecer como "extras".
Durante años voté, en algunas ocasiones, al partido nacionalista mayoritario (ya sé que algunos dirán, "pues ahora te fastidias") y lo hice porque consideraba que Cataluña debía reconstruirse, recuperar su lengua, su identidad cultural, sus costumbres y creo que así se hizo, y en esa pequeña medida me alegro de haber dado soporte.
Ahora bien, en estos momentos tengo la sensación de vivir bajo una dictadura mediática aceptada por la parte, no sé si mayoritaria, pero sí más visible de la población catalana que está de acuerdo con suprimir los derechos de "ciudadanía" de la otra parte, no legalmente claro, pero sí en su acepción más "existencial".
Y es que hay pocos países del mundo donde, por ejemplo, el jefe de la oposición al govern de la Generalitat sea su principal apoyo, donde todos los diarios editados hagan una editorial conjunta apoyando la política del Govern, donde los medios públicos de comunicación excluyan, se mofen o ignoren a todos aquellos que no comulgan con sus postulados soberanistas.
Y es que la falta de libertad de expresión, la consecuencia de ser un ciudadano de segunda en tu tierra afecta a muchas personas a nivel psíquico, mermando su autoestima y haciéndoles creer que no son merecedores del mismo derecho que aquellos que, ufanos y soberbios, se identifican con el régimen. Son extranjeros en su propio país, a lo mejor por haber nacido cien kilómetros más allá de los límites de la comunidad o simplemente por estar poseídos por ningún tipo de pensamiento mágico.
Cataluña es una tierra extraordinaria, su lengua, su cultura y su identidad es un patrimonio a proteger y potenciar, pero hay una mayoría silenciosa que solo puede ejercer su derecho a pasar desapercibida.

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