Marx se equivocaba. El proletariado sí tiene patria.Quienes no tienen patria son la burguesía y el capital. Y si a estas alturas necesitásemos argumentar la última afirmación, todo sería muy triste. Pero hoy es un buen día para el buen humor.
Quien tampoco tiene patria es la pequeña burguesía, esa clase social que no es sensu estricto una clase social sino una amalgama de segmentos y grupos engarzados de distintas maneras al sistema productivo, con intereses que a menudo confluyen con los de la clase obrera, en otra ocasiones con la mandamasía burguesa, y en determinadas circunstancias entran en conflicto con ellos mismos, su núcleo soluble de posiciones débiles, sujeto con pinzas a la realidad por el voluntarismo paleocristiano de individuos diluidos en el pasmo de la historia. Como son mayoría y, por lo general, ejercen el poder político, la apariencia del mundo occidental civilizado es la de una gran resaca tras un fiesta que nadie vivió. Un lío. Una empanada de bondad y mala leche, egoísmo recalcitrante y solidaridad ruidosa. Lo mismo se indignan que les toca la primitiva; un vaivén de feria y fiestas patronales que van desde la noria nacionalista a la euforia revolucionaria, pasando por la primera comunión de la niña y las vacaciones románticas en Cancún. El mundo es fofo y feo porque en su manifestación cotidiana lo manejamos nosotros, los benditos pequeñoburgueses; si hay algo que nos define es que, en efecto, somos feos, fofos de principios, dispersos de intereses y mudables como una bolsa del Mercadona en un vendaval.
Pero el proletariado, sí. El proletariado tiene patria.