Primero fueron los gestos de ostentosa humildad, que daban a entender que, por fin, y a diferencia de sus predecesores, ocupaba la cátedra de Pedro un alma ajena a la tentación del lujo y el poder.
Siguió luego la entrevista a La Civiltà Cattolica» que dejaba a los pies de los caballos a tantas buenas personas, digo más, a tantos héroes de nuestro tiempo, que están dedicando su tiempo, su dinero, y arriesgando posición social y carrera por la causa de la defensa de la vida humana. Y eso justo ahora, en el momento en que se vislumbraba en países como España la posibilidad de lograr algún avance en esta lucha que considero decisiva por la civilización.
Supongo que alguien debió informarle del daño que estaban haciendo esas declaraciones, pero no parece que los buenos consejos, si los hubo, hayan surtido mucho efecto. Lo último ―¿he de decir lo penúltimo?― ha sido una entrevista concedida al periódico italiano La Repubblica. En ella encontramos, entre otras perlas, esta frase: «Cada uno tiene su propia idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como él lo concibe. Bastaría eso para cambiar el mundo».
Una frase que cualquier relativista suscribiría, que Bin Laden suscribiría, que cualquiera que haya seguido sus propias ocurrencias sobre el Bien y el Mal suscribiría... y los cementerios de la Historia están bien repletos de las víctimas de los que se propusieron seguir a su modo el bien y combatir el mal,... el bien y el mal según ellos.
Qué inmenso contraste, por ejemplo, con el discurso de Benedicto XVI ante el parlamento alemán:
« Al joven rey Salomón, a la hora de asumir el poder, se le concedió lo que pedía. ¿Qué sucedería si a nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? Pienso que, en último término, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz.»
Tampoco en esta ocasión nos faltarán los intérpretes bienintencionados que vendrán a explicarnos que lo que quiso decir, realmente, era tal o cual cosa. Y no lo que parece.
Pero yo ya no puedo seguir en silencio. Me pregunto qué nos falta por leer aún del actual pontífice. Hasta dónde piensa seguir dilapidando el legado de sabiduría y buen ejemplo de sus predecesores. El momento es grave.