Kosovo, agosto de 2013

Algunos años después de la Gran Sustitución

Kosovo: una extraña mezcla de absurdidad, horror, esplendor e identidad.

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Kosovo, donde ya se ha concluido, hace unos años, la Gran Sustitución.[1] Kosovo: la absurdidad de un “Estado” que nace de bombardeos de civiles y de intereses extranjeros en lugar de surgir de una historia y de la voluntad de una comunidad popular. Un “país” en donde el choque de civilizaciones se manifiesta en todo: desde los nombres serbios tachados en los carteles hasta los cementerios cristianos que se encuentran en ruinas porque les está vedado a los serbios acudir a ellos, pasando por las banderas albanesas plantadas en las miles de casas en construcción antes de que estén siquiera terminadas…
El pueblo serbio, el mismo que dio nombre a los ríos, montañas y pueblos de Kosovo; el que edificó sus espléndidos monumentos; el que revalorizó su territorio, está hoy encerrado en enclaves que son auténticas cárceles al aire libre. Es peligroso salir de ellas, pues cada contacto entre ambas comunidades —serbia y albanesa— podría degenerar en un conflicto que volvería a prender fuego al polvorín balcánico. Y de todos modos, nada es posible aquí, para un serbio, fuera de su enclave.
Los serbios de las demás ciudades y pueblos de lo que, todavía antes de 2008, era una región de Serbia, siguen sin poder volver a sus casas. Fueron brutalmente expulsados de ellas durante los pogromos de 2004, en los que ocho de ellos encontraron brutalmente la muerte y quedó destruido una gran parte de su patrimonio religioso y arquitectónico.[1] Lo absurdo es que esta caza al serbio se produjo ante los ojos de 20.000 soldados de las fuerzas militares internacionales, inmóviles e incapaces de frenar la furia albanesa.
Con la marcha forzada de unos 300.000 serbios, la situación se ha calmado mucho. Sin embargo, todavía se mata en Kosovo. En abril de 2013, un anciano serbio fue asesinado por reivindicar la propiedad de su casa. Sí, aquí se muere por querer vivir en la tierra de sus antepasados.[2]
De modo que la gente se queda en su enclave. Ello significa que no tienen trabajo, están cortados del resto del mundo, si tienen necesidad de ir al médico… a varios centenares de kilómetros, se ven obligados a tomar uno de los escasos autobuses que llevan el cartel de “Servicio humanitario”.
Y luego surgen más preguntas. ¿Por qué es tan poco lo que se hace por estos enclaves? ¿Por qué es la solidaridad internacional, muchas veces procedente de pequeñas asociaciones benévolas, la que proporciona el material necesario para lo que queda de algún hospital, si es que queda? ¿Por qué son estas asociaciones (Amici di Decani, Belove Révolution, Solidarité Kosovo..) las que, junto con los monasterios, llevan una comida cotidiana a los serbios de los enclaves más aislados? Respuesta: porque la realidad es el abandono político, mediático, humano.
En Kosovo y Metohija no son sólo estas situaciones las que recuerdan el horror de la guerra y de los pogromos. Lo recuerda sobre todo el hollín visible por doquier en los antiguos barrios serbios; las huellas de los bombardeos; los centros fabriles destruidos o abandonados; los escombros de los monasterios demolidos; la presencia de los soldados internacionales delante de cada lugar cristiano… Y si ello no fuera suficiente, también se descubre este horror en las placas erigidas en honor de los terroristas del Uçk: cada doscientos metros un monumento decorado con la omnipresente bandera roja y su águila negra bicéfala, pues según la tradición de los albaneses, se convierte en tierra albanesa cualquier sitio en el que se ha derramado sangre albanesa. Y a todo ello se le tienen que añadir las listas de las decenas de centenares de serbios víctimas del más feroz tráfico de órganos de la historia; o las muchachas que se ven abocadas a la prostitución.
Son éstas las condiciones de existencia de un pueblo europeo que tanto se nos parece, pero cuya situación política le impide vivir como nosotros; tal es el resultado, en fin, de siglos de desplazamientos artificiales de poblaciones y de estrategias geopolíticas por parte de potencias extranjeras.
Pero Kosovo es también el encanto de un pueblo que, pese a los horrores y a la absurdidad en la que se encuentra,  ha mantenido viva su identidad a través de los siglos durante los que diversas fuerzas e imperios han intentado hacerle olvidar su historia y su cultura. Otomanos, austro-húngaros, yugoslavos de Tito, albaneses y norteamericanos. Pero no, no es tan fácil borrar la existencia de los serbios en Kosovo y Metohija .
Una identidad fuerte, hecha de orgullo y obstinación, de extrema hospitalidad y dignidad. Uno de los rasgos más seductores del carácter serbio es su alto sentido de la familia: unida, armoniosa y numerosa. Ahí está la obstinación serbia. Viven en un enclave devastado…, ¡pero no conocen el hijo único y siguen engendrados niños!
Y si hay serbios que se niegan a irse, es también porque Kosovo es el corazón histórico de Serbia, sede de la Iglesia y del patriarcado ortodoxo de su país. Pero es al entrar en uno de estos numerosos monasterios cuando uno comprende la auténtica dimensión de todo esto: te quedas deslumbrado. El patrimonio arquitectónico de Serbia es de una increíble riqueza: suntuosos iconos cubren cada centímetro de los monasterios atiborrados de reliquias de Esteban, el Sacro Rey de Serbia, con las primeras inscripciones del alfabeto cirílico en una antigua cruz de madera, con el grandísimo candelabro hecho con la fundición de las armas con la que lucharon los héroes caídos en la batalla de Kosovo Polje.
Estos monasterios son mucho más que simples lugares de culto o galerías de arte. Son parte integrante de la sociedad serba. Son el refugio instintivo de la población en caso de peligro, el sitio de trabajo de numerosos habitantes de los enclaves, la autoridad y lel símbolo de todo un pueblo separado de sus instituciones. Los popes y los monjes mantienen un estrecho contacto con la población y dan muestras de un gran calor humano y de un notable  sentido de la realidad. Su función social es evidente: son guías espirituales, por supuesto; pero sobre todo son garantes de la identidad de su pueblo.
¿Cuánto tiempo se mantendrá aún esta identidad, esta cultura, esta gente?


[1] Ciento cincuenta iglesias o monasterios fueron destruidos desde la guerra de la OTAN de 1999. Durante el mismo período se construyeron cuatrocientas mezquitas gracias a la generosidad de otros países como Turquía o Arabia Saudí.
[2] Después de los pogromos, los albaneses se instalaron en las casas de los serbios. Y en ellas siguen tan campantes. Dado que se quemaron los archivos, y con ellos los catastros, les resulta imposible a los serbios probar la propiedad de su vivienda, la cual debería ser registrada, de todos modos, en la administración o en la policía kosovar… integrada exclusivamente por kosovares de etnia albanesa.
 


[1] La Gran Sustitución (en francés, Le Grand Remplacement): tal es concepto puesto en solfa por el filósofo galo Renaud Camus para calificar lo que, con la inmigración masiva procedente del Tercer Mundo, las pretendidas élites europeas nos están imponiendo a todos: el mayor trasvase de poblaciones de toda la historia. Eso que algunos llaman “alianza de civilizaciones” y que no es otra cosa que la mayor pérdida de identidad y de civilización. Para todos: tanto para quienes vienen como para quienes aquí están. (N. del T.)

 

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