Re-Visiones sin Pasiones

Darwin: evolucionismo o creacionismo

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Siguiendo las fuentes de inspiración del francés Lamarck y del inglés Malthus, Charles Darwin marcó las líneas maestras por donde iban a transcurrir las teorías racistas. Autor del “Origen de las especies” (o La Preservación de las Razas Favorecidas en la Lucha por la Vida), concluyó que la selección natural hacía que los individuos mejor adaptados y más fuertes estaban destinados a sobrevivir y dominar sobre los más débiles: «el desarrollo de las criaturas vivientes se vincula a la lucha por la vida en la naturaleza. Esta lucha favorece al más fuerte. El débil está condenado a la derrota y a la extinción». Era, pues, una lucha sin misericordia que se presentaba como un conflicto eterno, en el que el fuerte siempre acaba imponiéndose al débil. La lucha por la supervivencia era una ley natural permanente e inexorable. Así, aceptando el juego de esta ley natural para el ser humano, podían justificarse todos los conflictos y todas las masacres provocadas por el racismo colonialista porque ya se disponía de una “base científica”. Jacques Barzun dirá con razón que, a partir de Darwin, todo “el decurso de la vida era biológico” y surgieron imperialismos que pedían carta blanca sobre los pueblos atrasados, así como tendencias racistas que propugnaban las purgas internas de elementos extranjeros.

Darwin supuso que la lucha por la supervivencia se aplicaba también a las razas humanas. Las favorecidas, especialmente las razas blancas europeas, resultarían victoriosas frente a las africanas y las asiáticas que habían quedado rezagadas, siendo así que las razas humanas civilizadas exterminarían a las salvajes en todo el mundo. «Al mismo tiempo, los monos antropomorfos (entre los que incluía a los tipos humanos negroides y australoides) serán, sin duda, exterminados».
 
Es posible que Darwin no fuera racista y que fueran los posteriores teóricos del racismo los que manipularan tendenciosamente sus ideas para sustentar científicamente sus objetivos. Pero los comentarios de Darwin sobre cierto tipo de “salvajes”, como los negros africanos y los aborígenes australianos, a los que considera iguales a los mandriles o los gorilas, para justificar así cualquier acción dirigida contra su multiplicación y, por fin, a su extinción, dejan poco margen a la duda razonable. Así, mientras la nueva antropología se convertía tempranamente en el respaldo teórico de la corriente denominada “monogénesis”, según la cual todos los seres humanos, con independencia de su raza, descendían de Adán y Eva, mediante un acto original de creación divina (creacionismo), el darwinismo fomentó la teoría contraria llamada “poligénesis”, según la cual las distintas razas habían surgido de desarrollos evolutivos diferentes (evolucionismo).
Por otro lado, Darwin adelantó ya las premisas de la selección eugenésica cuando se lamentaba de que entre las razas salvajes sólo sobrevivieran los elementos más vigorosos, mientras que entre las razas civilizadas se hacían los mayores esfuerzos para impedir la eliminación natural de los enfermos, tullidos e imbéciles, protegiéndolos con numerosas medidas para que pudieran continuar viviendo. «De este modo, los miembros débiles de las sociedades civilizadas pudieron propagar su linaje. Nadie que haya prestado atención a la cría de animales domésticos dudaría que esto tiene que ser muy nocivo para la especie humana». Concebida de esta forma, la teoría de Darwin sobre la supervivencia de los más fuertes, aplicada a la evolución de las razas humanas, culminaba con la civilización del ser humano blanco, un racismo implícito que la gran mayoría de los científicos occidentales admitió como algo natural.
 
Sobre esta teoría evolutiva de las especies mediante la selección natural por la existencia, el sueco Carl von Linné (Linneo), siguiendo la corriente que se conoce como “darwinismo social” o socialdarwinismo, argumentó que las leyes de la selección natural también afectan a los humanos, existiendo unas razas más fuertes que otras en razón de ciertas condiciones biológicas. Y para demostrar antropológicamente la existencia de distintas razas clasificó a los humanos en cuatro categorías raciales: europeus (blanco, sanguíneo, ardiente, pelo rubio ligero, fino, ingenioso, se rige por leyes), americanus (rojizo, bilioso, recto, pelo negro, liso y oscuro, nariz dilatada, alegre, libre, se rige por costumbres), asiaticus (cetrino, melancólico, grave, pelo oscuro, ojos rojizos, severo, fastuoso, avaro, se rige por la opinión) y afer (negro, indolente, disoluto, pelo negro crespo, piel aceitosa, nariz simiesca, labios gruesos, vagabundo, negligente, se rige por la arbitrario). Sin obviar los prejuicios racistas que se constatan entre la descripción del hombre blanco europeo y el negro africano, éste es el primer intento de clasificación racial en base a determinados rasgos antropológicos, físicos y psicológicos de los distintos tipos humanos. Del “darwinismo social” se había pasado ya al “darwinismo racial”.
 
Otro exponente del darwinismo social fue Herbert Spencer, a quien debemos la teoría de la “supervivencia del más apto”, mediante la cual sugería que las características innatas o heredadas tienen una influencia mucho mayor que la adquiridas o las debidas a los factores educativos o ambientales, posibilidad, no obstante, que nunca fue del todo admitida por Darwin, especialmente en “La descendencia del Hombre” donde hace gala de una especie de “humanismo materialista”, cuya dialéctica no encaja con las ulteriores corrientes racistas. En cualquier caso, las ideas del naturalismo darwiniano, pese al rechazo del ámbito religioso, fueron rápidamente aceptadas por el mundo científico y la intelectualidad europea, utilizándose tanto para justificar las desigualdades entre las clases sociales, como para explicar la superioridad racial y el dominio colonial de unos pueblos sobre otros: el expansionismo imperialista y etnocentrista europeo contaba ya con su propia doctrina. Será Ernst Haeckel, filósofo y biologista alemán, quien vulgarizará las concepciones del darwinismo social que formarán parte del futuro edificio ideológico nacionalsocialista.
 
Estas ideologías tuvieron su eclosión en Europa a lo largo del siglo XIX fundamentándose en una inventada dicotomía “civilización-barbarie”, en la que Europa representaba el “progreso civilizador” y los pueblos colonizados la “encarnación de la barbarie”, concepción que presidió las guerras coloniales y que durante el siglo XX se trasladaría a los campos de combate europeos. El sociólogo Brodsky cree que «la transformación de la guerra de conquista en guerra de exterminio tuvo que ver, necesariamente, con una transformación ideológica radical en las sociedades. El grado de violencia y destructividad involucrado en los procesos de exterminio de masas alcanzó tal magnitud que, para poder implementarlos, fue necesaria una profunda transformación en la mirada hacia “el otro”, transformación que se fue produciendo a lo largo del siglo XIX, en particular con el desarrollo de la interpretación darwinista en el ámbito de las ciencias sociales y la concepción positivista de las mismas –en particular, las teorías eurocéntricas-, las cuales fueron desarrollándose como justificación del colonialismo europeo. Así, Europa representaba el “progreso civilizador” y la conquista era el “precio” que los “pueblos atrasados y primitivos” debían pagar para progresar.»

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