Nuestro pasado está presente

Pompeya: la grande, la hermosa

Contrariamente a lo que cree el hombre de hoy, el pasado no está muerto. Intentamos matarlo, sí…, por más que lo mimemos en mausoleos y museos. Intentamos matarlo olvidando el pasado (¿quién estudia hoy historia antigua?) o tomándolo como un mero objeto de contemplación turística o estética. Pero el pasado se resiste, lucha: nos interpela, nos asesta su zarpazo. El de la emoción que nos estruja el corazón viendo, por ejemplo, lo que era Pompeya; y a través de ella, a través de la ciudad que la muerte preservó para siempre, lo que era Roma. Lo que éramos nosotros, en fin, cuando aún éramos nobles, y fuertes, y poderosos. Cuando la belleza aún envolvía nuestras villas y nuestras vidas.

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Contrariamente a lo que cree el hombre de hoy, el pasado no está muerto. Intentamos matarlo, sí…, por más que lo mimemos en mausoleos y museos. Intentamos matarlo olvidando el pasado (¿quién estudia hoy historia antigua?) o tomándolo como un mero objeto de contemplación turística o estética. Pero el pasado se resiste, lucha: nos interpela, nos asesta su zarpazo. El de la emoción que nos estruja el corazón viendo, por ejemplo, lo que era Pompeya; y a través de ella, a través de la ciudad que la muerte preservó para siempre, lo que era Roma. Lo que éramos nosotros, en fin, cuando aún éramos nobles, y fuertes, y poderosos. Cuando la belleza aún envolvía nuestras villas y nuestras vidas.

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