Sería bueno que la derecha conservadora dejara de hacer el caldo gordo al lobby gay

¿Por qué hay una derecha homosexual que no se rinde a la izquierda gay?

¿A usted le molesta una foto como la que ilustra este artículo? Pero... ¿por qué? En cualquier caso, no les hubiera molestado en absoluto, por poner un ejemplo, a Franco Zeffirelli, Domenico Dolce, Stefano Gabbana -D&G-, Pim Fortuyn o Jörg Haider? ¿Qué tienen en común estos personajes? Son todos homófilos, todos de derechas, todos sin complejos.

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¿Qué tendrán que ver el sexo y la política? Poco o mucho, según las opiniones, y éstas son libres en democracia. En medio de la actual confusión de ideas y del miedo creciente a tenerlas y expresarlas sin complejos, el mejor servicio que se puede hacer a la libertad (incluyendo la libertad íntima de las personas y la libertad política de la nación) es intentar aclarar las cosas. Sobre todo las más domésticas.
La libertad que en Europa no discute más que la izquierda y su séquito
La izquierda europea (que por su parte, acosada quizás por el miedo a la normalidad, se esfuerza en parecer anormal) tiene tres ideas básicas sobre el sexo desde que éste empezó a sustituir en su propaganda a la inexistente lucha de clases hacia 1968, cuando Simone de Beauvoir sustituyó a Marx ante el fracaso de éste (y no me pregunten quién de los dos es más feo). La primera es la defensa de la absoluta libertad sexual de todos los individuos, pero confundiendo libertad con total ausencia de orden y reglas: una idea más anarquista que marxista, pero en todo caso de extrema izquierda. La segunda es la imposición de esa libertad como regla de convivencia social a la que nadie se puede negar: una evidente contradicción liberticida que desata rabias incontenibles al ser señalada como tal. La tercera idea-guía de la izquierda es la acusación de homofobia, y en general de puritanismo contrario a la libertad, lanzada contra el centro y la derecha.
El centro (así se llama la parte de la derecha que no quiere ser llamada derecha) se siente mal ante esa acusación. Lejos de rechazarla, rechaza ser de derechas, y se somete a los parámetros de la izquierda. Termina pidiendo lo mismo que la izquierda pide y defendiendo lo mismo que la izquierda defiende, eso sí con retraso y circunloquios, y termina aceptando el doble sofisma de la izquierda sexual: la identificación de la propia izquierda con la libertad, de la derecha con la represión y de la libertad con la institucionalización del desorden.
Hay otra parte de la derecha que se identifica con la caricatura que la izquierda dibuja desde 1968 y aun antes. Hay, sí, una "derecha Torrente", que se comporta exactamente como si estuviese a sueldo de la propaganda progre. Pero lo más curioso es que esa derecha no es la parte medular y mayoritaria de la derecha, o por mejor decir no es esa amplia parte de la derecha formada por homosexuales, por personas que usan su libertad sexual según crean y vean y por personas que defienden la libertad individual sin por ello pretender una revolución psicosocial ni someterse a los dogmas de la izquierda. Más aún: siendo verdaderamente libres de corsés.
¿Homosexual y de derechas? Muchos, y sin complejos la mayoría
Marco Fraquelli y Stefano Bucci han explorado hace poco, sin ser los primeros en tan pantanoso terreno, una aparente imposibilidad: algunos de los hombres y mujeres más visibles y contundentes de la derecha conservadora (o no tan conservadora) han sido homosexuales, bisexuales, multisexuales o, en todo caso, han vivido fuera de los cánones que desde la corrección política progre se asignan a la derecha. Y no por ello han considerado necesario rendirse a las exigencias de la izquierda, al revés.
Fraquelli y Bucci han ido de sorpresa en sorpresa, desde Gide a Montherlant pasando por Michel de Saint Pierre y Marcel Bucard, tropezando con los banquetes (por no decír orgías) decadentistas de Hermann Göring y de tantos como él, antes y después de él –porque Ernst Röhm ha cargado con una fama que no era del todo suya, y eso concediendo que no asumiendo que los nazis fuesen de derechas–, con la muy especial amistad entre Yukio Mishima y Fukushima Jiro y con las vidas transgresoras de una parte cualificada, aunque por supuesto minoritaria, de todas las derechas posibles. Y no ampliamos la lista porque, de Platón al siglo XXI, la heterosexualidad convencional podría terminar pareciendo casi una rareza entre nuestras elites, y tampoco es para tanto.
Para Giorgio Galli, es evidente que ha habido una derecha homosexual, “a pesar” del culto al orden, a la virilidad y a la decisión que están en el código genético de todas las derechas. ¿“A pesar”? En realidad, la contradicción es sólo aparente: desde el momento en que hay hombres y mujeres homosexuales es evidente que habrá homosexuales en todos los campos políticos, y en todos ellos por igual. La diferencia será de estilo personal y político.
La izquierda ha asumido –especialmente desde 1968– una “ideología gay” como parte de su ideología de género, y ha afirmado que “lo gay” es de izquierdas, y que sólo la visión del mundo de las izquierdas es apta para gays. Frente a eso, la evidencia demuestra que ha habido homosexuales (o como se les quiera llamar) en una derecha conservadora, cristiana, militante o de cualquier otro tipo imaginable, sin por ello compartir de ninguna manera la presunción totalitaria de la izquierda. Ha habido homófilos en todas las grandes variantes de la derecha, sin por ello aspirar a una ideología basada en la orientación sexual. Y ahí está precisamente está la clave.
¿Es imposible o sólo escandaloso?
No hace falta remontarse ni a Esparta ni a los mignons du Roi ni a los contemporáneos de Guido Keller en Fiume. Giorgio Almirante conocía perfectamente los gustos de Armando Plebe y lo nombró responsable cultural del MSI en 1972. Para evitar referirnos a España, todas las derechas italianas, francesas, alemanas y británicas han tenido y tienen importantes personales de aficiones, tendencias o vetas homoeróticas. No es sólo cuestión de qué ideas deben asociarse a Alessandro Cecchi Paone, Peyrefitte, Domenico Dolce, Stefano Gabbana, Franco Zeffirelli, Enrico Oliari, Otto Weininger, Alan Duncan, Pym Fortuyn, Adolf Brand y a no pocos príncipes de la sangre, de las letras, de la empresa, del espíritu y de la política cuyos nombres sería maleducado apuntar, sino también de cuántos años luz hay entre una visión tipo Torrente del asunto y la aproximación realmente abierta que en Italia ha ido desde el régimen que Almirante defendió en su juventud hasta Gianfranco Fini.
En realidad, lo curioso es que la izquierda ha hecho recaer en la derecha el “pecado” de intolerancia cuando ella misma discriminó cruelmente a Pierpaolo Pasolini por ser homosexual, como ha recordado el filósofo gay Gianni Vattimo. El destino de los homosexuales en la Unión Soviética era mucho más duro que el que sufrieron muchos de ellos en la Europa fascista, que por definición era tolerante en lo sexual siempre que no se alterase el orden y no se tratase de enemigos políticos internos. Lo mismo cabe decir de formas mucho más aceptables modernamente de la derecha política, social y cultural.
Podríamos hablar de la libertad de costumbres de la derecha europea, y nos bastaría detenernos en cualquier caso –como el británico, en el que literalmente cualquier combinación sexual imaginable o inimaginada ya se ha dado entre los más rígidos derechistas, sin que nadie haya pensado en mezclar las dos cosas ni en hacer obligatoria para todos una opción individual– para ver cómo la izquierda engaña a los homosexuales vendiendo una identificación falaz entre sexo y política. Incluso los católicos más militantes distan mucho de ser lo que la propaganda ha hecho creer a los súbditos de la izquierda. Franco Zeffirelli es homosexual, católico y de derechas, pero no "gay", según él mismo: "Soy homosexual, pero no gay, una palabra que odio, que es ofensiva y obscena". Gianfranco Corsi, nombre real de Zeffirelli, caballero del Imperio Británico, se declara católico, es totalmente contrario al llamado matrimonio entre personas del mismo sexo y a las adopciones por parte de ese tipo de parejas. El director de Jesús de Nazaret, Romeo y Julieta, Té con Mussolini y Hermano Sol, Hermana Luna ha sido "siempre discreto en su sexualidad" y es hoy considerado el consejero del Papa en relación al mundo de la imagen y tiene "contactos continuos con los más estrechos colaboradores del Papa, como el cardenal vicario Camillo Ruini y el obispo auxiliar de Roma Rino Fisichella, grandes y fieles amigos". Y es que –contra lo que la izquierda pretende y el centro acepta- nada tiene que ver el respeto a las personas con la destrucción de las normas de convivencia.
Zeffirelli tiene la solución
Lo que dice el director de cine de sí mismo no es sólo la solución de su posición personal, sino la mejor respuesta desde cualquier derecha posible a la imposición desde cualquier izquierda imaginable. Las opciones políticas y sociales de la derecha deben defender la libertad de las personas, respetar las convicciones morales y religiosas de cada uno y a la vez hacer posible para quien realmente quiera vivirla la libertad de costumbres que fue la de la aristocracia del Antiguo Régimen. Pero eso no implica cambiar la estructura de la sociedad, el orden de las cosas ni el significado de las palabras: Zeffirelli no se lanza a exigir a la Iglesia y al Estado que cambien lo que es inmutable, sino que vive por su parte lo que libremente considera que debe vivir.
La gran aportación de la derecha a la democracia debe seguir siendo la socialización de lo aristocrático sin devaluar su calidad, y no la degradación de todo y todos al nivel más bajo. Intuitivamente es lo mismo que han pensado muchos homosexuales de muchos países, incluyendo España, donde la lista de selectos homófilos en la elite social de la derecha desde siempre se une hoy a esa masa de homosexuales anónimos que no quieren llamar matrimonio a lo que no es matrimonio, que no quieren cambiar las reglas sino vivir libremente en su margen y que, en definitiva y como siempre, votan a la derecha sin necesidad de que ésta haga guiños (a la izquierda, que no a los homosexuales) o dé pasos innecesarios, además de contrarios a sus principios y a la libertad de todos.

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