Tras los pasos de Napoleón en Egipto

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 La gente se apeñusca este sábado excitada en la estrecha sala de exposiciones del Instituto del Mundo Arabe, edificio transparente y ultrafuturista donde se presenta la muestra « Bonaparte y Egipto », sobre la fracasada expedición militar del genial corso de 29 años de edad, que después se convertiría en el inolvidable Emperador que todos conocemos.

 

Estudiantes, ancianos, académicos y curiosos del siglo XXI se tropiezan frente a centenares de piezas conservadas que van desde lujosos arneses de caballos y uniformes para mamelucos, botiquines, vajillas, trajes, mapas, libros, joyas, vasijas, armas, hasta esculturas, herbarios, planos y cuadros panorámicos de las batallas ocurridas junto a las pirámides, el Nilo y las esfinges.  

 

El 19 de mayo de 1798 el joven y ambicioso militar, ávido de acción, y aburrido por las intrigas parisinas, es autorizado por el Directorio revolucionario para embarcarse del puerto de Toulon en la costa mediterránea con decenas de miles de soldados y un equipo de 160 sabios y artistas que tenían por misión levantar el testimonio del proyecto de conquista y colonización de Egipto, en ese entonces bajo dominio otomano.

 

Las naves hacinadas de gente se dirigieron a la isla de Malta, la del mítico Ulises, donde atracaron para derrocar en sólo diez días al centenario gobierno de la Orden de Malta e instaurar un nuevo sistema. Al concluir esa misión y partir de allí, los jefes de la expedición revelaron en alta mar los objetivos finales de la misión y soldados y sabios descubrieron por fin que se dirigían a Egipto, país milenario y misterioso lleno de millones de secretos bajo las arenas del desierto.

 

     Las naves tomaron el rumbo de Alejandría, donde desembarcaron para iniciar desde el Delta y a través del Nilo una difícil expedición militar llena de triunfos y fracasos, que contribuiría a crear la leyenda del héroe y a sentar las bases del Egipto moderno. En ese tiempo, como hoy, las acciones de los estados imperiales y no imperiales se basaban en las artes de la comunicación y la propaganda, esenciales para controlar a la población con mitos, mentiras y héroes de barro.

 

     Los pintores Nicolas-Jacques Conté, Jean-Leon Gerôme, Louis François Lejeune, André Dutertre, Antoine Jean Gros y Cecile-François Michel, entre otros, se encargaron de plasmar con grabados, óleos y acuarelas las peripecias de la expedición, mientras científicos, ingenieros, historiadores, químicos, astrónomos, matemáticos, naturalistas, músicos, farmaceutas, poetas y dibujantes recolectaban y registraban gráficamente la fauna, la flora, la vida cotidiana y los viejos templos y ciudades todavía cubiertos por el polvo de los milenios.

 

     Toda esa vasta obra de recolectores y propagandistas de genio fue reunida y publicada en varios tomos enormes que son una de las más  fascinantes aventuras editoriales  de la era de Gutemberg bajo el título de « Descripción de Egipto », financiados por el gobierno del Emperador y que requerían de un mueble especial para albergarlos. Con base en ellos se inició la egiptología y en sus fuentes se nutrió Champolion, quien descifró después el lenguaje de los jeroglíficos.

 

Observar las páginas de esta obra monumental, la perfección hiperrealista de su grabados, visitar a través de ella el mundo tapiado, es una experiencia que estremece porque asistimos así al surgimiento de dos leyendas : la de un Emperador que ascendió a los más altos nivles de la gloria y cayó con estrépito y la de una gran civilización que resurge desde sus cenizas y que son parábolas finales de la vida.

 

     « Soldados, ustedes iniciarán una conquista cuyos efectos sobre la civilización y el comercio del mundo son inalculables », les dijo Napoleón al partir a soldados, artistas y sabios. Y luego agregó : « Haremos largas marchas fatigantes, llevaremos a cabo combates, tendremos éxitos en todas las empresas. Los pueblos con los que vamos a vivir son mahometanos para quienes su primer artículo de fe es que no hay otros dioses que Dios y Mahoma su profeta ».

 

     Finalmente la amplia expedición militar, artística y científica fracasó frente a los aguerridos mamelucos y otomanos y Napoleón regresó el 23 de agosto de 1799 dejando abandonados allí a sus soldados, que morirían de peste o retornarían mutilados y enfermos al comenzar la repatriación desde julio de 1801. El astuto héroe dejó al mando al general Kléber, quien moriría el 14 de junio de 1801. Toda la gloria sería para él. Sobreviviente de todas las asonadas e intrigas morirá preso en la Isla de Santa Elena, pero su fin trágico y lamentable sería sólo el inicio de su espectacular leyenda. Pirámides de piedra y héroes de carne y hueso se unen aquí en una ficción casi literaria.

 

     Napoleón usó esta campaña como base de su ascenso al poder y a la gloria. No le importó la derrota de los suyos y los artistas invitados se encargaron de plasmarlo como un dios frente a los templos y las esfinges milenarios y como un santo al lado de los soldados afectados por la peste o masacrados en las batallas. Los pintores de la propaganda lo colocaron en el centro de batallas donde no estuvo o por las que pasó a salvo de riesgos.

 

     Luego de tomar el poder el 18 Brumario, iniciaría de su lado una carrera hacia la gloria y la derrota que nos inquieta, interroga y fascina por igual a todas las generaciones y a todos los apasionados de la historia y la ciencia política. Recorrer estos salones y palpar casi el aliento del héroe y el polvo de los siglos egipcios ante las muchas esfinges de bronce nos emociona tanto como vivir en esta época de guerras que tal vez serán revisitadas como leyendas por los descendientes nuestros dentro de muchos siglos. Junto a Napoleón el Grande y ante Egipto se siente un sabor amargo de eternidad, un vientecillo helado y malsano de nadas perpetuas. 

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