En días anteriores a la celebración de las elecciones del pasado 23 de noviembre, Hugo Chávez pisaba el acelerador de su verbo exaltado y proponía «darle en la madre» al adversario, es decir, al enemigo al que había que someter a un acorralamiento sin clemencia «para que sepan de qué somos capaces los revolucionarios».
En días anteriores a la celebración de las elecciones del pasado 23 de noviembre, Hugo Chávez pisaba el acelerador de su verbo exaltado y proponía «darle en la madre» al adversario, es decir, al enemigo al que había que someter a un acorralamiento sin clemencia «para que sepan de qué somos capaces los revolucionarios».
Tras el resultado electoral se va despejando la incógnita acerca de lo que el líder bolivariano es capaz para relegar el importante avance logrado por la oposición en puntos neurálgicos de Venezuela. Por de pronto, en previsión de que el descenso de popularidad signifique un pesado lastre para su obsesión de perpetuarse en el poder, se apresta a forzar una enmienda constitucional a la medida de su ambición. Todo ello haciendo caso omiso de que el 2 de diciembre de 2007 le fue adverso el resultado del referéndum en el mismo sentido.
Chávez lleva diez años en la presidencia y le quedan cuatro, ya que la previsión constitucional establece la toma de posesión del sucesor para el 10 de enero de 2013. Ello significa que, en aquel momento, habrá detentado el poder por espacio de 14 años. Despreciando el hecho de que la propuesta de reelección fue rechazada en el referéndum constitucional de 2007, el chavismo lanza la consigna coreada de «Uh, ah, Chávez no se va» con el beneplácito del caudillo bolivariano que se autoproclama como indispensable para el afianzamiento de la revolución cuya meta es el socialismo del siglo XXI.
Ante el cuestionamiento de que la propuesta de la enmienda se efectúe en tiempos navideños, alterando el sosiego que todos los años estas celebraciones trae a los venezolanos, los sectores oficialistas, con Chávez a la cabeza, no vacilan en señalar que los treinta días de campaña se iniciarán con el año nuevo, de manera que en la segunda decena de marzo se lleve a cabo la consulta. «Ahora estamos –dicen desde el Partido Socialista Unido de Venezuela— en una etapa de movilización y no tenemos problemas con las Navidades y el año nuevo. La gente del PSUV sabe que la revolución está primero.»
En esta mezcla de euforia y nerviosismo no hay vacilaciones. «Yo ya me autopostulo para las elecciones de 2012», proclama Chávez.
¿Por qué esta precipitación, esta urgencia por aprobar el mandato indefinido? Todo parece indicar que desde el poder se prevén futuras medidas de orden económico que será obligado tomar para paliar el cambio sustancial que empezará a asomar su rostro amargo en los próximos meses. Algunas de estas medidas serán el incremento del IVA, la reposición de un impuesto al débito bancario consistente en gravar todas las transaciones efectuadas mediante la emisión de cheques, una reforma tributaria, todo ello agravado con una devaluación de la moneda.
Pudiera ser que triunfara la consulta, siempre que, además de contar para su defensa con todos los recursos del poder, se presentara antes de que descargue la tormenta que se avecina. Sin embargo, la abusiva sobrecarga de retórica, cadenas de radio y televisión en continua repetición de consignas destinadas a rendir culto a la personalidad del gran timonel, también pueden producir un efecto opuesto al deseado.
Diferencias entre el régimen de Castro y el de Chávez
Los excesos verbales han surtido efecto al comprobarse las sustanciales diferencias entre el régimen de Fidel Castro y el imperante en Venezuela tras diez años de paso por el poder.
Si comparamos estos diez años con el mismo período en que Castro gobernó Cuba, tenemos que Fidel y el Partido Comunista habían revertido la situación encontrada tras la caída de Batista, y Cuba se había convertido en una República Socialista de corte soviético. De la propiedad privada no quedaba ya el menor vestigio, el paredón había funcionado inflexiblemente, y las cárceles o el exilio eran la solución que el régimen castrista ofrecía a la disidencia. Y sobre todo, a escasas millas de los Estados Unidos, los misiles soviéticos apuntaban a la consagración de un mito revolucionario cuyo eco aún perdura. Nadie puede sostener que, a pesar del proclamado socialismo del siglo XXI, se haya realizado en Venezuela algo similar a lo de Cuba. Con tiempo suficiente para hacer balance, la conclusión es que al margen de la disponibilidad de los ingentes recursos petroleros obtenidos por Venezuela en estos últimos años, ni se ha consolidado revolución alguna ni se ha producido el auge económico que era de esperar.
A lo que han abocado estos diez años es a un régimen descafeinado tan lejano de un capitalismo emprendedor como del socialismo igualitario que es pregonado estentóreamente. Ni siquiera se ha esbozado un régimen como el del PRI mexicano, calificado por Vargas Llosa como la «dictadura perfecta», de igual forma que tampoco se ha logrado algo parecido a los prósperos países del norte de Europa.
Para definir la situación a la que ha llegado Venezuela, Tulio Hernández, desde las páginas de El Nacional, sostenía el pasado domingo que «la pulsión de gobernar hasta la muerte se muestra en su desnudez impúdica no como la concreción de un proyecto colectivo, sino como una vocación personal a la que solamente se puede aspirar sincerándose, es decir, ejerciendo el poder por la fuerza.»
Parodiando el título del libro en el que García Márquez fabulaba acerca de los últimos días de Simón Bolívar, El general en su laberinto, se puede proponer otro título para describir el auténtico laberinto por el que transita el comandante-presidente, líder máximo del PSUV y de la revolución bolivariana que pregona ¡Patria, Socialismo o muerte. Venceremos!
En una muestra de que a Chávez no le gana nadie en humildad, y ante el temor del efecto contrarrevolucionario que produciría la pugna entre sus partidarios para escoger un candidato que no fuera él, se decidió el pasado domingo a proponer tajantemente: «Si aprobamos la enmiendita se librarán ustedes de la preocupación de tener que escoger mi sucesor. Ya sabríamos de una vez que yo seré el candidato el 2012 y ustedes quedan libres de esa angustia.» Pocas veces la capacidad de sacrificio ha alcanzado cotas tan altas.
Un cielo encapotado
Nos preguntábamos líneas arriba por qué Chávez fuerza la situación para que la consulta acerca de la enmienda se produzca con la máxima urgencia. Los días apacibles propiciados por la era petrolera de mayor bonanza en la historia de Venezuela están dando paso a un cielo encapotado que anuncia tempestad. Se trata de lo que sin alusiones personales podría describirse con frase que ha alcanzado notoriedad: «Es la economía, imbécil».
Ante el deterioro de la situación económica venezolana prevista para 2009, el Gobierno estudia la posibilidad de efectuar un adelanto de la consulta electoral.
Según el análisis efectuado por uno de los grupos económicos más importantes de Venezuela, se prevén dos escenarios macroeconómicos para el período 2008-2012. En ambos, el desarrollo del gasto público en particular y de la política económica en general vienen determinados por continuas convocatorias electorales, y por las decisiones políticas adecuadas para optimizar el capital político del oficialismo.
La situación, además, se agrava porque todo esfuerzo para rebajar las tensiones entre el Gobierno y el sector privado surte escaso efecto por mejorar las condiciones económicas, debido a la angustiosa situación en que se encuentra el sector privado y la precaria credibilidad del régimen. Todo ello sin contar que, en el mejor de los casos, una posible recuperación de los precios petroleros no se producirá sino a partir de 2010.