CARLOS BUSCEMI
El reinado de don Vito Cascio y la expulsión de la mafia siciliana iban a quedar bruscamente interrumpidos por el advenimiento de Benito Mussolini, según el historiador Francois de Vivié. En efecto, esta es una fase apasionante y sintomática de la historia de la "Honorable Sociedad", pues demuestra que un régimen no democrático, libre de preocupaciones electorales y capaz de situar la razón de Estado por encima del derecho, pudo luchar eficazmente contra la extorsión organizada. Con más obstinación las democracias deberían poder batirla también legalmente, pero no lo han conseguido.
Mayo de 1924. De pie en un Bugatti blanco, Mussolini respondía a las manifestaciones de entusiasmo de Palermo. A lo largo de toda la Vía Maqueda, situados a intervalos de diez metros, los policías contenían a la multitud. Era la primavera del fascismo y la ciudad la festejaba. El sol batía con dureza las murallas sarracenas, las fachadas barrocas, las casuchas y el aroma del café -entre las once y el mediodía- que degustaban los hombres vestidos de negro, arracimados en bares de la más baja categoría. La visita termina. Estirando su cuerpo macizo, en alto la poderosa mandíbula, el Duce dirige maquinalmente a los palermitanos sus últimos saludos a la romana. A su lado, Césare Mori, el jefe de la policía, estaba satisfecho. Todo había transcurrido a la perfección y el Duce acababa de nombrarle Prefecto de Palermo.
Mori era un fascista lleno de celo. Su experiencia como policía, su energía y su conocimiento de Sicilia, le convertían en hombre valiosísimo. Había conseguido calmar la agitación de los campesinos ex combatientes que reclamaban el reparto de tierras, y había emprendido una represión fructuosa contra el bandidaje. En cuanto a la mafia, no había sido objeto del menor ataque. Esta, de momento, se limitaba a observar con el deseo de aprovecharse del nuevo régimen como antes lo había hecho con la democracia. Sus notables subvencionaban al fascismo y muchos de ellos se afiliaban al partido. Sin combatirla, Mori, junto con los carabineros por él organizados y los "camisas negras", se había contentado hasta entonces con establecer la autoridad del Estado, convencido de que el orden fascista acabaría con el orden mafioso.
Un mafioso ostentoso
Terminada la visita, la alegría del nuevo Prefecto tuvo corta duración. Mussolini tuvo un deseo imprevisto: quiso trasladarse a Piana dei Greci, una aldea muy pobre pero ensalzada por sus manifestaciones folklóricas heredadas de los refugiados albaneses que habían huido de la opresión turca. También fue un centro de agitación campesina, y el principal problema era que su "podestá" (el alcalde) era jefe de la mafia de ése y otro pueblo cercano (Partinico). Don Cuccio, tal era el nombre del alcalde, hombre exagerado, aparatoso en sus gestos, recibiría al Duce de Italia. Este quiso visitar algunos lugares del pueblo. Mori, inquieto, invitó a don Cuccio a tomar asiento en el auto de Mussolini. Cuando se disponía a subir le preguntó al prefecto Mori: "¿Por qué tantos policías alrededor del auto?". "Nada más natural -le contestó Mori-, el protocolo y la protección al Duce". A ello, replicó don Cuccio: "A mi lado, su Excelencia no corre ningún peligro, soy yo quien manda en esta zona, nadie se atrevería a tocar un cabello de Mussolini, mi amigo, el mejor hombre del mundo".Después se haría fotografiar con su brazo apoyado junto a al Dictador.
¡Mussolini bajo la protección de la mafia! Don Cuccio, lleno de presunción ridícula, no advirtió la exasperación de Mussolini. Estaba muy lejos de imaginar que acababa de atraer sobre la mafia las iras del Duce.
Declaración de guerra
El Duce, pues, iba a ser el primer jefe de Estado italiano que atacase abiertamente a la mafia. ¿Debido a que la consideraba un insulto a su autoridad, o a que la juzgaba un obstáculo para el progreso de Sicilia? Cualquiera que fuese el motivo, el conflicto era inevitable.
Mussolini sabía que la mafia se hallaba al margen del Estado e incluso de la Nación, que no adhería a un partido o a un régimen si no era para infiltrarse en él. Los funcionarios fascistas enviados por Roma eran ignorados, los tribunales de Palermo eran impotentes. Un miembro del partido Fascista había sido asesinado ante docenas de testigos. Nadie había visto nada. Los únicos mandos fascistas escuchados en Sicilia eran "mafiosi" o abogados amigos de estos. El índice de criminalidad siciliano era diez veces más alto que el de la península toda. En Sicilia pululaban los desertores de la guerra 1914-1918 y la mafia era la responsable... En todo esto pensó Mussolini al regresar de Piana dei Greci, y don Cuccio fue la gota que colmó el vaso.
Aquella misma noche, el Duce ordenó a Mori que detuviese a don Cuccio y desencadenara la guerra contra la mafia. En los primeros días el Prefecto se mostró prudente. Detener a don Cuccio le parecía peligroso y prefería "maniobrar" para sembrar confusión y provocar disensiones que condujeran a una pugna interna. Pero los acontecimientos se precipitaron: dos meses después de la visita del Duce a Piana dei Greci, don Cuccio, seguro de sí mismo, fue a Roma deseoso de explotar la hospitalidad que le había ofrecido su "amigo" Mussolini, y estaba seguro que lo recibiría con los brazos abiertos. Dígale al Duce -explicó a la secretaria- que soy don Cuccio. Como es lógico, las puertas no se le abrieron. Don Cuccio, decepcionado, abandonó el palacio, y el prefecto Mori recibió una orden telefónica de ponerlo a buen recaudo apenas regresara.
Cuando Cuccio desembarcó en Palermo, Mori en persona estaba esperando. Amable y sonriente le transmitió las excusas del Duce diciéndole que le había sido mal transmitida la petición de audiencia, y lo invitó a almorzar en su casa. Don Cuccio, tranquilizado, se instaló en el coche del prefecto, y éste indicó a su chofer: "Villa Mori".
"Villa Mori" era el apodo que los habitantes de Palermo daban a la prisión L´ucciardone. El jefe de la mafia de Piana dei Greci y de Partinico no cayó en la cuenta, y unos minutos más tarde, petrificado por el asombro, lo encerraron en la cárcel. Le seguirían otros cientos de detenidos. La caza había comenzado.