Dijo el Papa en Brasil que la evangelización de América "no supuso en ningún momento una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña". Era lo que necesitaba Chávez para subirse a la parra y lograr otro titular en la prensa mundial: "Aquí ocurrió algo mucho más grave que el holocausto en la Segunda Guerra Mundial y nadie puede negarnos a nosotros esa verdad –dijo el Gorila Rojo-, ni su Santidad puede venir aquí, a nuestra propia tierra, a negar el holocausto aborigen". Lo decía en una alocución nocturna reproducida obligatoriamente por las emisoras de radio y televisión venezolanas, según ha contado Efe. Y añadía Chávez: "Así que, como jefe de Estado, pero vestido con la humildad de un campesino venezolano, yo le ruego a su Santidad que ofrezca disculpas a los pueblos de nuestra América".
Vieja historia, tópico de la leyenda negra antiespañola. Hace año y medio, el 12 de octubre de 2005, la agencia oficial argentina Télam emitía un texto donde aseguraba que “con la llegada de los conquistadores se inició un exterminio que arrasó con 90 millones de pobladores de la región y quebró el desarrollo cultural de este lado del Atlántico (…) El mayor genocidio de la historia”. España es culpable.
Las pruebas de la acusación
¿En qué se basa esta acusación? En datos de la propia época que hoy sabemos equivocados, pero que durante mucho tiempo se consideraron indiscutibles. Uno, los censos de población india realizados por los españoles en el siglo XVI, que reflejan una reducción brutal del número de nativos. Por ejemplo, los taínos de Santo Domingo pasaron de 1.100.000 en 1492 a apenas 10.000 en 1517. Es decir, en un cuarto de siglo había prácticamente desaparecido la población precolombina de Santo Domingo y las Antillas. ¡Un millón noventa mil muertos en sólo veinticinco años! Esas cifras se extrapolaron después al resto del continente.
Sorprende que un número exiguo de españoles fuera capaz de matar a tanta gente en tan poco tiempo, pero, al fin y al cabo, hay un testimonio de la época que lo afirma con toda claridad: el del dominico Fray Bartolomé de las Casas, que contrapone la mansedumbre de los indios a la crueldad de los españoles: “En estas ovejas mansas entraron los españoles como lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormentallas y destruillas por nuevas y varias maneras de crueldad”.
Irrefutable, ¿no? Pues no. Primero, las cifras del genocidio son imposibles: ¿Noventa millones de muertos en un siglo y pico, en todo el continente americano, a manos de sólo 200.000 españoles? Eso cuadra mal. ¿Un millón de muertos en poco más de veinte años, en un solo sitio, las Antillas, y en el siglo XVI, a base de ballesta y arcabuz? Es impracticable, sobre todo si tenemos en cuenta que los Reyes Católicos habían dado órdenes muy estrictas de tratar bien a los indígenas. Por otro lado, ¿quién hizo el censo? ¿Son fiables esas cifras? Respecto a Las Casas, ¿por qué denuncia tantos crímenes y, sin embargo, nunca dice dónde ni cuándo se produjeron, como tampoco da el nombre del criminal? Y además, si esto pasó en América, ¿por qué no pasó en Filipinas, donde no hay noticia de genocidio alguno? Aún peor: Las Casas logró su objetivo y en 1547 la Corona prohibió el sistema de encomiendas, que según fray Bartolomé era la causa de las muertes, pero los indios siguieron muriendo. ¿Por qué? Y hay más: en el imperio inca, los indios habían empezado a morir masivamente unos veinte años antes de que llegaran los españoles. ¿Cómo es eso posible? Nada encaja. Vamos a explicar lo que pasó de verdad.
No hubo genocidio
Primero, los censos no valen. La norteamericana Lynne Guitar, de la Universidad de Vanderbilt, fue a Santo Domingo a estudiar la historia de los taínos (hoy es profesora del Colegio Americano en Santo Domingo) y descubrió que los censos son inútiles: cuando un indio se convertía al cristianismo y vivía como un español, o más aún si se mestizaba, dejaba de ser censado como indio y era inscrito como español. Y si luego venía otro funcionario con distinto criterio, entonces volvía a ser inscrito como indio, y así hay casos de ingenios de azúcar donde los indios pasan de ser unos pocos cientos a ser 5.000 en sólo dos años. Para colmo, los encomenderos –los españoles que regentaban tierras y explotaciones- mentían en sus censos, porque preferían trabajar con negros, a los que podían esclavizar, que con indios, de manera que sistemáticamente ocultaban las cifras reales. Es decir que las cifras censales de los indios en América, en el siglo XVI, son papel mojado.
¿Mentía entonces fray Bartolomé al hablar de aquel exterminio? Las Casas vio graves casos de crueldad. Y vio también muchos muertos. Era fácil conectar una cosa con otra. Pero hoy sabemos que la gran mayoría de aquellos muertos, que sin duda se contaron por cientos de miles, fueron causados por los virus, algo que ningún español del siglo XVI podía conocer. También sobre esto hay estudios incontestables. Desde muy pronto se pensó en la viruela; se cree que la introdujo en América un esclavo negro de Pánfilo de Narvaéz, hacia 1520, y se sabe que hizo estragos en Tenochtitlán. Estudios posteriores, como el del doctor Francisco Guerra, señalan sobre todo a la gripe porcina, la llamada “influenza suina”. El hecho es que los indígenas americanos, que habían vivido siempre aislados del resto del mundo, recibieron de repente y en muy pocos años el impacto combinado de todos los agentes patógenos difundidos por los buques europeos, sus cargamentos, sus animales, sus pasajeros. Hace poco, un investigador de la Universidad de Nueva York, Dean Snow, precisaba que la gran mortandad no tuvo lugar en el siglo XVI, sino después, cuando empezaron a llegar niños, es decir: tosferina, escarlatina, sarampión; fue letal. Del mismo modo que el primer establecimiento español en América, el fuerte Navidad, fue diezmado por las fiebres, así también los indios, en gigantescas proporciones, fueron diezmados por los virus. Virus que sus cuerpos desconocían y que no pudieron resistir.
Es el mismo proceso que sufrió Europa durante el siglo XIV, con la peste negra, que vino de China. ¿Recordamos algún caso más reciente? Entre los años 1918 y 1919, la llamada “gripe española” (porque España fue el único país donde no se prohibió hablar de ella) causó la muerte de más de treinta millones de personas en todo el mundo. Lo de América no fue inusual.
De manera que hubo, sí, una mortalidad mayúscula de indios en América, pero no fue un genocidio. Un genocidio requiere que haya voluntad de exterminio. Eso no pasó en la América española. Y aunque hubo encomenderos brutales, no hubo genocidio. Quede claro. Por cierto que en este último punto hay que hacer una mención especial a la Iglesia. Si hubo leyes específicamente destinadas a proteger a la población aborigen –cosa que hasta entonces no había hecho ningún otro imperio en la Historia-, fue precisamente porque la Iglesia planteó el dilema moral de la legitimidad de la Conquista de América. El debate fue convocado por el propio emperador Carlos y se plasmó en la Controversia de Valladolid, entre 1550 y 1551. Allí, entre otras cosas, se gestó la idea moderna de los derechos humanos.
¿De dónde viene esa leyenda negra, cómo se sigue propagando pese a todo? Pierre Chaunu, historiador francés, que fue catedrático de La Sorbona, escribe: “La leyenda antihispánica en su versión norteamericana (la europea hace hincapié sobre todo en la Inquisición) ha desempeñado el saludable papel de válvula de escape. La pretendida matanza de los indios por parte de los españoles en el siglo XVI encubrió la matanza norteamericana de la frontera Oeste, que tuvo lugar en el siglo XIX. La América protestante logró librarse de este modo de su crimen lanzándolo de nuevo sobre la América católica”. Otro reconocido historiador francés, Jean Dumont, añade: “Si, por desgracia, España (y Portugal) se hubiera pasado a la Reforma, se habría vuelto puritana y habría aplicado los mismos principios que América del Norte ("lo dice la Biblia, el indio es un ser inferior, un hijo de Satanás"), un inmenso genocidio habría eliminado de América del Sur a todos los pueblos indígenas. Hoy en día, al visitar las pocas ´reservas´ de México a Tierra del Fuego, los turistas harían fotos a los supervivientes, testigos de la matanza racial, llevada a cabo además sobre la base de motivaciones supuestamente bíblicas”.
La recurrente imputación de “genocidio” a los españoles contrasta con el tenaz silencio que rodea a uno de los episodios más negros de la historia de la iberoamérica independiente: las matanzas de indios en las guerras civiles o en los procesos de explotación del territorio –los charrúas de Uruguay, los nativos de la Amazonia-, así como la esclavitud de indios mayas en el México de los años 1840-1860.
Que alguien le cuente todo esto a Chávez.