Las declaraciones ditirámbicas del rey de España sobre el presidente Zapatero han levantado un importante revuelo. Ante todo por una razón: porque nunca antes se había pronunciado Don Juan Carlos en términos tan elogiosos sobre ningún presidente del Gobierno. Y como este presidente es, además, el que mayores quebrantos ha traído al modelo de Estado, las flores regias resultan especialmente impresionantes. ¿Qué le pasa al Rey en la cabeza?
Lo que el Rey ha dicho, en declaraciones a El Mundo, es que Zapatero “sabe muy bien hacia qué dirección va y por qué hace las cosas”, que es un “ser humano íntegro”, “muy honesto” y “que no divaga”. La Zarzuela se ha apresurado a matizar que son declaraciones informales. Pero eso no ha hecho más que empeorar las cosas. Y la pregunta es cómo puede el Rey pensar eso de ZP con la que está cayendo.
Hay que repetirlo una y mil veces, porque a la mayoría de la gente le sigue resultando increíble a pesar de la evidencia: al Rey le inquietan muy poco los nuevos estatutos de autonomía ampliada, ni la certidumbre de que nuestro modelo de Estado camina hacia una suerte de confederación asimétrica. Al Rey eso no le inquieta porque él y su heredero podrían perfectamente seguir ciñendo la corona en un régimen distinto. Para la Corona podría ser letal que alguna región española se proclamara independiente, pero eso –piensan en la cúspide del poder- no va a pasar: la Unión Europea actúa como tope máximo de las aspiraciones “soberanistas”, ninguna casta política de ninguna región española va a exponerse a quedarse aislada de Europa por una independencia que, de todas maneras, no podría ser más que formal. O sea que los viejos reinos no van a convertirse en repúblicas nuevas. La Corona seguirá existiendo aunque sea bajo la forma de una commonwealth ibérica. ¿Dónde está el problema?
El problema está, evidentemente, en que eso significaría el final de la nación española. Pero, por otro lado, ¿de qué nación hablamos? España ya no es dueña de su moneda, su economía depende enteramente del exterior, sus ejércitos están a las órdenes de combinaciones estratégicas multinacionales, su cultura funciona al ritmo de un ‘show-bussines’ implantado desde el extranjero… Ser cabeza de una nación que carece de todas esas cosas –el dinero, las armas, los espíritus- es bastante poca cosa. La realidad que vivimos hoy, en España –y en casi toda Europa-, es claramente post nacional. Si todo lo que está a nuestro alcance es organizar de un modo u otro lo que pasa aquí dentro, la política de cocina y sala de estar, ¿por qué no alinearse con la fuerza dominante? No sólo es lo más sensato, sino que además contribuye a la “paz social”.
Un rey post nacional
Dejemos claro algo: hace ya muchos años que a Don Juan Carlos le resulta ajena la figura de “rey constitucional de la nación española”, que es como soñó su figura la derecha liberal desde mucho antes de 1978. Nuestro Rey parece tener un objetivo esencial en la vida: no acabar como su abuelo, es decir, expulsado por la izquierda ante la indiferencia de la derecha y, además, en situación económica precaria. Don Juan Carlos, en efecto, no padecerá ninguno de esos dos males. La situación económica de la familia parece próspera por diferentes conceptos, y la izquierda, según se ha podido ver en los últimos veinticinco años, no considera a la Corona un obstáculo, sino más bien al contrario. Los dispensadores oficiales de sahumerios al Rey recalcan con frecuencia que Don Juan Carlos es “el rey de los republicanos”, y en la Zarzuela siempre les ha parecido fenomenal. El caso es ser rey, ¿no?
Ahora bien, apostando a ese caballo podría nuestro regio jinete encontrarse con un problema inesperado: que el depósito natural de fidelidad a la monarquía, que sigue estando en la derecha, se canse y termine por abandonar a una corona que, desde hace años, no le ofrece más que las puntas, con las que le pincha en el trasero sin cesar. Y sin el apoyo de ese depósito de fidelidad, ¿quién va a defender a la monarquía? ¿El “hombre íntegro” que pacta con Esquerra Republicana de Cataluña?
Muchos españoles de buena voluntad –en la derecha- piensan que hay que ser monárquicos no sólo por tradición, sino también y sobre todo por espíritu práctico. ¿Qué sería de España con un república –nos dicen? ¿Qué males no nos alcanzarían en una situación en la que, por ejemplo, Zapatero fuera presidente de la República y doña De la Vega primera ministra? Está bien hacerse esas preguntas. Especialmente si después añadimos esta otra: ¿Dónde está exactamente la diferencia con la situación actual? Sólo en que, ahora, una parte de la opinión está domesticada.
Hoy vivimos todos, europeos en general y españoles en particular, una situación difícil en la que las instituciones ya han dejado de representar principios o valores. Las cosas que hemos de salvar y defender ya no están propiamente en el ámbito político-institucional, sino en otros continentes: las formas de pensar, las formas de vivir, las formas de verse a uno mismo y a nuestra comunidad. La libertad, las creencias y la identidad son las cosas que están verdaderamente en juego. Ante ese gigantesco desafío, una corona ya no significa estrictamente nada. Entre otras cosas, porque ella misma se ha empeñado en hacerse insignificante.