José Javier Esparza
Si hay algo que, en Navidad, une a los hispanos por encima de los mares, eso es el Belén. Que no es, ciertamente, un invento español. El inventor del Belén, del Nacimiento, fue San Francisco de Asís. Tenemos que irnos hasta el siglo XIII, a la Navidad de 1223. San Francisco está predicando en Italia, en la campiña de Rieti. Un día se recoge en la ermita de Greccio. Allí recibe la inspiración de reproducir la escena de la Natividad. Construye una casa de paja, coloca un pesebre en su interior y hace traer un buey y un asno que le prestan los campesinos. Luego invita a todos a participar en la adoración. La idea se extendió rápidamente, siempre protagonizada por los franciscanos. Inicialmente se trataba de belenes vivientes. Más tarde se sustituirá la escenificación con personas por una representación con figuras. Parece que donde más altura cobró la fabricación de figuras fue en Nápoles, hacia el siglo XV; Nápoles era entonces tierra española. Los franciscanos llevarán la idea a América y a Filipinas, en los barcos españoles. Así el Belén navega con la Hispanidad.
Los Belenes
En España tenemos la mala costumbre de menospreciar las cosas propias, sobre todo cuando nos parecen cotidianas, pero el belenismo es un arte, y ya era considerado como tal cuando comenzó la colonización de las Indias. El más antiguo que conservamos es el impresionante Belén de Coral del Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid: todas las figuras están talladas en coral, plata y bronce. Durante los siglos XVI y XVII el belenismo conoce un gran impulso estético con escultores como Martínez Montañés o Luisa Roldán, “la Roldana”, una artista extraordinaria y una mujer excepcional. Después, ya en el XVIII, vendrán el murciano Salzillo y los valencianos Estévez Bonet y Ginés Martín, que disfrutarán del apoyo de Carlos III, un auténtico fanático del género. Y esa es la gran tradición, a la vez artística y religiosa, que pasa a América y a Filipinas.
Un Belén muy célebre, porque fue el primero de Argentina, es el que construyó en Jujuy el misionero Gaspar de Monroy. Estamos en 1594. Allá ha llegado Monroy desde Lima, junto a otros misioneros, y en su primera Navidad en aquellas tierras levanta el pesebre del Vallecito del Cerro. En otros lugares, como Puerto Rico, se desarrollará una artesanía local muy singular que aún hoy sobrevive, como las famosas tallas de los santeros, donde son famosos sus Magos de madera. Y en su otro aspecto, el de Belén viviente, las representaciones de Navidad tendrán desde muy pronto una manifestación típicamente americana: las Pastorelas, escenificaciones que en estas fechas llenan, aún hoy, los parques públicos y las iglesias.
Pero el Belén americano más original del que tenemos noticia fue el que llevaba puesto encima, literalmente, el hermano Pedro de San José, de nombre civil Pedro de Betancourt, tinerfeño, terciario franciscano, que hizo una inmensa labor asistencial en Nueva España, y que será el primer santo de Guatemala. Pedro de Betancourt había nacido en 1626, el año en que Quevedo publicaba el Buscón. Llegó a Guatemala en 1649. El Hermano Pedro, cuando comenzaba el Adviento, cogía su sombrero, ponía dentro una figurilla del Niño Jesús, lo adornaba con otros motivos navideños y circulaba de un lugar a otro llamando a la gente a celebrar la Navidad. Es el primer Belén portátil de la historia. Junto a este Belén, a Pedro de San José debemos otro que es una de las grandes aportaciones españolas en América: el primer hospital asistencial para pobres, llamado precisamente Hospital de Belén, en la ciudad guatemalteca de Santiago, hoy La Antigua. A partir de una mísera casa con techo de paja que una anciana le dejó en herencia, Pedro creó una institución triple: por la mañana, escuela de niños; por la tarde, escuela de niñas; por la noche, albergue para indigentes y enfermos, todo en el mismo lugar. Ahí, en torno al Hospital de Belén, nació la orden de los Bethlemitas, que aún hoy existe.
Pedro de Betancourt vivía la Navidad de una manera intensísima. No sólo montaba el Nacimiento en su sombrero, sino que organizaba procesiones que partían del Hospital de Belén y recorrían toda la ciudad con el clero y el pueblo, y los niños vestidos de pastores. Les decía a sus hermanos: “Hermanos míos, por el amor del Niño Jesús, pierdan el juicio en llegando la Pascua”. Y él lo perdía, porque, según cuentan, saltaba y danzaba enajenado de alegría, cantando villancicos que él mismo improvisaba.
Posadas, fuegos y procesiones
Es interesante fijarse en esas procesiones que organizaba el Hermano Pedro, porque coinciden con una costumbre extendida en diversos lugares de América. En Cauca, Colombia, se forman cortejos de trovadores llamados chirimías que recorren las calles entonando villancicos. Pero el rito procesional más famoso es el de las Posadas, que ha terminado convirtiéndose en un rasgo característico de la Navidad en América. Las Posadas, que comienzan a celebrarse nueve días antes de Navidad, rememoran el periplo de José y María al llegar a Belén, buscando en vano alojamiento –posada-, rechazados en todas partes. Se escenifica de la siguiente manera: el grupo –la familia, los vecinos- se sitúa en la calle, formando un cortejo donde figuran un ángel, María y José rezando y, detrás, los pastores que cantan villancicos. El grupo va de casa en casa, dividido en dos coros: uno suplica hospedaje para los peregrinos y otro lo niega. Según van pasando de una puerta a otra, se apagan las luces de las casas. Al final se abre una puerta –cosa que no ocurrió en Belén-, esa luz permanece encendida y se inicia la fiesta.
La luz es un motivo que encontramos en casi todas partes en América. En Costa Rica, por ejemplo, el día de Navidad proliferan bengalas, cohetes y fuegos artificiales. En Guatemala se fabrican fogatas domésticas. Y también se presta mucha atención al fuego y a la luz en la Navidad filipina. Parece que fue allí, además, donde se introdujo una innovación que se extendería por todo el mundo hispano: la estrella de Navidad. El motivo de la estrella empezó en Filipinas como luminaria doméstica: antorchas en forma de estrella de cinco puntas que se colocaban –y aún se colocan- en la entrada de las casas.
Los primeros villancicos
El primer villancico que sonó fuera de Europa, según parece, lo introdujo en Méjico hacia 1525 un franciscano excepcional: Fray Pedro de Gante, oriundo de Flandes y que, además, era pariente de Carlos V. Fray Pedro llegó a México en 1523. Es uno de los tres primeros franciscanos de América. Y fue el primer maestro español de los indígenas, tarea a la que dedicó toda su vida. Fundó escuelas para indios en Texcoco y en la ciudad de México, en cuya escuela de San Francisco llegó a tener mil alumnos. Allí impartía enseñanza elemental, lengua española, religión, pero también artes y oficios: los alumnos salían como sastres, canteros, músicos, zapateros, enfermeros. El gran franciscano, además, escribió en lengua nahuatl una Doctrina cristiana en lengua mexicana que se imprimió en Amberes en 1525. Y a él se atribuye, en fin, la introducción de los villancicos en América.
Los indígenas se tomaron muy en serio los festejos de la Navidad. Un testigo de excepción es fray Toribio de Benavente, más conocido como “Motolinía”, que es como le llamaban los indígenas para significar la pobreza en que vivía. Y este fray Toribio, franciscano, cuenta cómo en Tlaxcala la gente adornaba las iglesias con flores y hierbas, y entraban en el templo cantando y bailando, con ramos de flores en las manos. En los patios encendían fogatas y en las azoteas quemaban teas, mientras cantaban y tocaban tambores y repicaban las campanas.
Otro celebérrimo compositor e intérprete de villancicos fue San Francisco Solano, uno de los grandes apóstoles de América, franciscano también, que había nacido en Córdoba en 1549 (el mismo año en que San Francisco Javier llega al Japón) y que desembarcó en Lima en 1590. San Francisco Solano misionó en Tucumán y Paraguay, y después se hizo cargo de los establecimientos franciscanos en Lima y Trujillo. Solano pasará a la historia por su santidad, pero es que, además de ser un loco de Dios, era desde niño un loco de la música. En Trujillo se fabricó un rabel, uno de esos elementales violines de sólo un par de cuerdas, y con él interpretaba conciertos devotos que maravillaban a los parroquianos. En particular se hizo famoso por sus conciertos de Navidad, cuando le embargaba una alegría propiamente sobrenatural. En la Navidad de 1602, el padre Otálora, provincial de la orden, estaba de visita en el convento de Trujillo y tuvo la oportunidad de escuchar a San Pedro Solano. Así describía el propio Otálora su experiencia:
“Estando los religiosos regocijándose con el Nacimiento, cantando y haciendo otras cosas de regocijo, entró el padre Solano con su arquito y una cuerda en él, y un palito en la mano, con que tañía a modo de instrumento. Entró cantando al Nacimiento con tal espíritu y fervor, cantando coplas a lo divino al Niño, y danzaba y bailaba, que a todos puso admiración y enterneció de verle con tan fervoroso espíritu y devoción, y todos se enternecieron y edificaron grandísimamente”.
Devociones marianas
Un rasgo específico de la Navidad americana es la adoración de la Virgen, que se repite en varios países como preludio de las fiestas navideñas. El punto de partida suele ser el 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción, que aquí abre, simbólicamente, el camino hacia Belén. También esto fue una aportación de los misioneros españoles que rápidamente se difundió entre las poblaciones indígenas. El Hermano Pedro de Betancourt, por ejemplo, peregrinaba siempre en Navidad para felicitar a la Inmaculada. Pero aun antes encontramos un rito semejante en Paraguay: la peregrinación a Nuestra Señora de Caacupé, que data de 1603.
La historia es interesante. En ese año de 1603, un indio guaraní cristiano, José, de oficio escultor, acudió al bosque para recoger barro. Allí fue sorprendido por otros indios de una tribu enemiga, los mbayaes, que lo persiguieron para matarlo. Entonces el guaraní José se subió a un árbol y prometió a la Virgen que, si lo libraba de aquel trance, le haría una imagen con la madera del mismo árbol donde se había escondido. Los mbayaes pasaron de largo y el guaraní José cumplió su promesa: volvió al bosque, cortó madera de aquel árbol e hizo dos imágenes, una muy grande que llevó a la iglesia de Tobatí y otra, más pequeña, que guardó en una pequeña capilla construida por él mismo en el sitio de Caacupé, que en lengua guaraní quiere decir “detrás del monte”. De la imagen grande nunca más se supo; parece que fue destruida por los mbayaes en alguna de sus violentas correrías. Pero la pequeña, perdida en una inundación y recuperada milagrosamente por los lugareños, viene siendo venerada desde entonces como la Virgen de los Milagros: una talla delicada, con una Virgen de largos cabellos claros, coronada de estrellas, en pie sobre la esfera terrestre y la luna. En 1770 se construyó un templo más grande para dar cabida a los peregrinos; lo hizo el gobernador español, un irlandés llamado Carlos Murphy. Caacupé es desde entonces la capital espiritual de Paraguay. Y la peregrinación pre-navideña es una auténtica fiesta con pesebres llenos de adornos naturales y comidas típicas como la sopa paraguaya o el “ryguazu kae”, que es como se llama allí al pollo.
También en Guatemala la devoción mariana abre las fiestas navideñas. Aquí empiezan el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe. La Virgen guadalupana es patrona de México y de las Américas, y es venerada también en Filipinas. Pues bien, a partir del día de la Virgen de Guadalupe comienzan en Guatemala las celebraciones navideñas. Y aquí tienen un intenso sabor indígena: la mayoría de la población es de origen maya o mestizo, así que a los niños se los viste de indios y circulan por la calle tocando una especie de tambor hecho con caparazón de tortuga.
Y para comer, pavo
No estaría completa nuestra exploración por la identidad navideña hispana si olvidáramos al animal navideño por excelencia: el pavo, o mejor habría que decir guajalote, porque así se lo llamaba por allá. Los españoles lo llamaron pavo porque les recordaba a los pavos reales que ya conocíamos en Europa. La gente de Cortés los llamaría “gallos de papada”. ¿Y quién fue el primer español que comió pavo, ese pavo de papada que América regaló al mundo? La historia nos ha conservado el episodio. Lo cuenta uno de los grandes cronistas de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, un tipo formidable que trató a Leonardo Da Vinci, fue amigo del Gran Capitán y se embarcó hacia las Indias en 1513. Por cierto que este Fernández de Oviedo será uno de los acusados por Fray Bartolomé de las Casas de crueldad y tiranía, pero eso es otra historia. Ahora quedémonos con ese momento en el que, por primera vez, un español come pavo:
“Gobernaba Diego Velázquez, año de 1517, cuando pidieron licencia para ir a descubrir algunos de los más antiguos conquistadores: Francisco Hernández de Córdoba, Cristóbal Morante y Lope Ochoa de Caicedo, y fue nombrado veedor Bernardino Iñíguez. Los cuales, con ciento diez hombres, llevando por piloto principal a Antón de Alaminos, con tres navíos que armaron a sus propias despensas, se hicieron a la vela (…) Y después de seis días vieron tierra, y aquella tierra que primero vieron era de la provincia de Yucatán (…)Anduvieron estos cristianos todavía hasta llegar a una provincia, llamada Campecho, donde vieron un lugar de hasta tres mil casas, con gente innumerable que salían a la costa maravillados de ver tan grandes navíos como los nuestros, y espantados así en ver la forma de las velas, como de las jarcias y de todo lo demás. Y mucho más quedaban admirados de oír algunos tiros de lombardas, y ver el humo y olor del azufre; se imaginaban que todo aquello era lo mismo que los truenos y rayos que caen de las nubes. Con todo eso, salieron algunos cristianos en tierra, y los indios hiciéronles fiesta, mostrando placer de verlos, y trajéronles de comer muchas y muy buenas aves, que son no menores que pavos y no de menos buen sabor”.
De tan buen sabor que muy pronto la vamos a encontrar en Europa, importada como ave de corral.
Así que, entre unas cosas y otras, no se podría contar la Historia de España sin contar también la Historia de nuestra Navidad. Que rima con Hispanidad.