Contra ETA hace falta algo más que unidad
Sí, claro que la unidad es importante: no puede continuar el espectáculo de una elite política dividida en el asunto más grave que afecta a la nación. Con tal de acabar con eso, podemos aceptar incluso la pobre pantomima de la última concentración, donde se vieron con toda claridad dos cosas muy preocupantes: una, que los políticos no se creen lo de la “unidad contra el terrorismo”; la otra, que los ciudadanos no se creen a los políticos. Ahora lo más apropiado sería, primero, que el Gobierno reconociera su error al buscar vías de diálogo con ETA. Después, que la oposición expresara de manera inequívoca su apoyo a una lucha antiterrorista planteada en los mismos términos político-policiales que tanto éxito tuvieron en un pasado cercano. Tercero, que los nacionalistas vascos renunciaran a cualquier planteamiento separatista en tanto ETA no quede anulada. Esto sería lo más adecuado, en efecto, pero sabemos que nada de eso ocurrirá. El nacionalismo vasco, cada vez más autista, no saldrá de su burbuja, y menos aún si la violencia de ETA le permite ganar nuevos réditos. La oposición –el PP- no expresará apoyos inequívocos al Gobierno, primero porque no se fía de él –lo cual es comprensible-, y después porque hay elecciones muy cerca, y no entregará esa baza al rival. En cuanto al Gobierno, en su política general ha demostrado tal soberbia, y además tal contumacia, que sería inaudito verlo rectificar: eso sería tanto como reconocer que su mayor apuesta política de esta legislatura ha sido un fiasco, y semejante confesión, a escasos cuatro meses de unas elecciones, es inconcebible. Lo que veremos, pues, es que ETA seguirá creciéndose sobre la base del poder municipal recién conquistado, que el Gobierno intentará prevenir por todos los medios nuevos atentados, que la división política en el seno del Estado permanecerá –si bien de forma soterrada- y, en fin, que la nueva política antiterrorista derivada del fracaso de la negociación quedará para la próxima legislatura. Son las consecuencias de una irresponsabilidad extrema. Y el irresponsable se llama Zapatero.
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